WhiskyAndrés Quintero7.5LO MEJOREl discreto encanto de la sencillezLa elocuencia de los que no hablanLa escena del hermano cantando O quizás simplemente le regale una rosa. Toda una joyaLO MALOQue solo de vez en cuando se logren estas discretas maravillas2016-10-067.5Muy buenaTÍTULO ORIGINAL : Whisky AÑO: 2004 DURACIÓN: 105 min GÉNERO: Comedia, Drama PAÍS: Uruguay DIRECTOR: Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll ESTRELLAS: Andrés Pazos, Mirella Pascual, Jorge Bolani Con esa prevención con la que volvemos a ver la película que alguna vez nos gustó , anoche vi de nuevo, más de diez años después, Whisky. Prevención normal porque siempre se teme que el paso del tiempo, implacable con la cinta y también con quien años atrás la viera, destruya la fascinación de su primera visión. Las circunstancias conspiraban contra la felicidad del reencuentro: era tarde, hacía un frío inclemente, después de uno de esos días olvidables me sentía devastado y, por si fuera poco, vería Whisky , sin whisky, no en la sala de cine sino en la pantalla de mi computador. Como suele no suceder, tanta adversidad fue desmoronándose a medida que, con su paso cansino y lento, Whisky fue avanzando. Necesité pocos minutos para reconocer ese tono áspero y seco que la recorre de punta a punta y con el que sus directores Rebella y Soll lograron, por contraste, una fascinante tersura. Whisky, lo constaté nueva y felizmente, es una pieza maestra, discreta pero no modesta, de como hacer con la rutina, la soledad y la monotonía un retrato penetrante de la vida misma. El solitario empedernido que es Jacobo (Andrés Pazos), cada día sigue su infaltable y autómata ceremonia: desayuna en el café de la esquina, abre luego su taller y enciende unas cansadas y decrépitas máquinas que tejen, como detenidas en el tiempo, medias para hombre. En su rito matinal lo acompaña siempre Marta (Mirilla Pascual) su empleada de confianza, una mujer taciturna y tímida cuya vida parece reducida a esas cuatro o cinco tareas que repite día tras día. Nada parecería más insípido y desabrido que semejantes remedos de vida hasta que un hecho inesperado altera la impasible rutina. Herman (Jorge Bolani), el hermano de Jacobo que vive en Brasil, anuncia una repentina visita . Porque quiere aparentar ante su hermano una condición que no es la suya, Jacobo le pide a Marta que finja ser su esposa durante la estadía del visitante. Whisky no es otra cosa que la incompleta crónica de esos días de visita en los que la simpleza de los personajes y sus situaciones es tan extrema que resulta inevitable detenerse en su aparente desencanto para descorrer, bajo capas de nada, su inexplicable encanto. Todo, absolutamente todo, tiene un aire, quizás no de pobreza, pero sí de dejadez, descuido y abandono. El encendido del carro siempre se rebela, la cortina nunca funciona, las flores se marchitan y la ciudad, un anónimo y deslucido Montevideo. languidece en su grisácea rutina. Es en medio de semejante desolación que se produce el maravilloso encuentro de tres antihéroes que juntan sus soledades sin esperar nada de nadie pero, inconfesable para los tres, con el un atisbo de ilusión y esperanza. La perdurabilidad de Whisky y su ya consagrado lugar en la buena filmografía latinoamericana, se debe a su reivindicación de lo ordinario, a su no pretenciosa exploración de lo simple y anodino. Una y otra vez la cámara capta la apertura de un candado, el encendido de las máquinas, las cajas arrumadas en un rincón, la inexpresiva divagación de Marta cuando fuma uno cualquiera de sus cigarrillos y es impresionante como esta escueta visión de la cámara lo recubre todo de un indescifrable halo de sinceridad y profundidad. Las palabras son menos de las estrictamente necesarias y siempre hay una sensación de dignidad y modestia. Sin un ápice de intriga, emoción o suspenso y sin siquiera un empujón de lo que solemos entender como lo bello, Whisky logra en el espectador un efecto especial de compenetración y reconocimiento. Como Perdidos en Tokyo, esa otra joya de la Coppola, Whisky es una de esas pocas películas en la que la uno siente que más allá de la labor de directores, guionistas y actores, algo inexpresable la rodea, una suerte de toque, duende o magia que le extrae a lo simple y rutinario toda su enorme belleza. Discreta belleza como aquella de pedirle a los retratados, como infalible coartada para lograr unas buenas sonrisas, que digan, mirando a la cámara, whisky. En un par de ocasiones durante la trama suena en la radio ese clásico de la balada argentina titulado O quizás simplemente le regale una rosa del, además de compositor y cantante, director y productor cinematográfico, Leonardo Favio. Memorable la escena en la que los tres están sentados a la mesa tomándose un trago y de pronto Herman, menos acartonado que su hermano, decide salir al escenario a cantar esta, para quienes nos gusta el género, entrañable balada. Muestra perfecta de como transmitir tanto con tanta sutileza. Bien vale la pena verla.
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