Una mujer fantásticaAndrés Quintero 8LO MEJOREl personaje de Marina. Denso, inquietante y admirableLas preguntas que deja esparcidas en el aireY, dígase lo que se diga, su OscarLO MALOAlgunos cabos sueltos de su guiónLo muy secundarios de sus secundarios2018-03-078Muy buena TÍTULO ORIGINAL: Una mujer fantástica AÑO: 2017 DURACIÓN: 1h 44min GÉNERO: Drama PAÍS: Chile DIRECTOR: Sebastián Lelio ESTRELLAS: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim, Amparo Noguera Estaba cantado: Una mujer fantástica se llevó el Oscar a mejor película de habla no inglesa. Emoción en esta parte del continente. Bien por el cine chileno que demuestra que nuestro cine no está condenado a endebles provincianismos o a comedias de pacotilla para consumo local. Junto a la argentina El secreto de sus ojos (2009) , Una mujer fantástica es la segunda película suramericana que se alza con esta codiciada estatuilla. Por no haber visto ninguna de sus competidoras, no puedo decir si el galardón es justo o no. Lo que sí puedo decir es que la película del chileno Sebastián Lelio es arriesgada, sensible y muy bien llevada. Marina (Daniela Vega) es mesera diurna en un restaurante santiagueño. En las noches canta en bares. Nos la presentan interpretando, en una inusual versión sureña, ese clásico salsero que es Periódico de ayer, inmortalizado en la versión del cantante de los cantantes, Héctor Lavoe. Con miradas y gestos insinuantes se la dedica a un hombre que la contempla, extasiado, saboreando su copa de vino tinto. Sabremos más tarde que se llama Orlando (Francisco Reyes) y que son, él veinte o más años mayor que ella, pareja. Orlando morirá trágicamente esa misma noche o a la madrugada siguiente y Marina tendrá que enfrentarse a la reacción de la familia y allegados de su compañero. En un entorno conservador, puritano y discriminador , la condición transexual de Marina lo hará todo más difícil y complejo. Esos días – para ella vertiginosos, aciagos y amargos – que le siguieron a la muerte de Orlando, son los trazos con la que Lelio dibuja el retrato anímico de una mujer que siempre transmite la sensación de no estar o de estar, tan adolorida como inexpresiva, al borde de un insondable abismo. En la apreciación de una película, siempre hay que distinguir el qué del cómo. El qué de Una mujer fantástica es nítido y contundente : una historia sin tono panfletario que condena la discriminación y que desnuda esa doble moral que pregona compasión, inclusión y moralidad siempre que se amolden a unas convenciones de clan, amañadas y esculpidas en una piedra de muy dudosa perennidad. Pero no es el qué, respetable y personalmente compartido, lo que le confiere estatura a la película de Lelio sino el cómo lo desarrolla narrativamente. Lo primero destacable en este aspecto, es la forma como todo se hace converger en un ser, tan llamativo como indescifrable, que siempre está en movimiento y al que persigue, contempla o enfrenta una cámara sin otra ambición que captar en su rostro una sensación de resentimiento y desazón. La Marina de Una mujer fantástica es fantástica por su hieratismo, por su valor sin alardes, por su apuesta de vida. La película siempre nos la muestra desplazándose: en el bus, en el metro, en su carro, caminando presurosa hacia algún lado y siempre con la angustia de saber que todo la conduce a ningún lado y que finalmente tanto desplazamiento no es más que desahogo porque siempre estará quieta en su irredimible soledad. Lo segundo de este cómo es el aprovechamiento del entorno. Lelio sitúa a su personaje, potenciándolo, en una Santiago, no con el manejo visual de la imagen citadina tradicional – edificios, multitudes, ínsulas verdes y neones – sino, todo lo contrario, con esa otra estética que la cámara extrae del descuido de sus calles, del anonimato de sus desvencijadas ventanas, del desenfado de sus muros pintados y de la melancolía de sus residuos levantados por el viento. Decía Cortázar que a las ciudades hay que ayudarlas mirándolas y eso Lelio lo aplica en toda su extensión. Lo tercero que termina de redondear la forma de contar la historia de Marina, es la renuncia de su guión a elementos guardados o a giros inesperados puestos al servicio de la intriga o la emoción. Nada de eso. Una mujer fantática muestra, de entrada, todas sus cartas porque no va tras la resolución de misterios, ni tampoco tras hechos sorpresivos que desconcierten al espectador. Lo suyo es un relato circular al que no le interesa avanzar pero sí, así lastime y duela, escarbar para ahondar. De eso se trata, del transmitir imperfectamente qué es lo que siente Marina cuando por decidir ser quien realmente es, el mundo la margina más allá de los cantos bucólicos de tolerancia e inclusión. Probablemente sea una cuestión de gustos pero considero que el defecto de la película de Lelio es la incorporación de algunas escenas fantasiosas o de realidad mágica (algún día saldremos de ese atolladero) y ese toque preciosista de una Marina operática cantando Haendel. No hacía falta ni lo uno ni lo otro. La credibilidad del personaje se habría terminado de bordar mejor sin estos innecesarios artilugios. Tampoco veo que afinen o pulan el relato. Bastaba la contundencia del personaje; esa y no otra es su verdadera y desgarradora magia. Más allá de aciertos y desaciertos, de visiones, posturas y credos, Una mujer fantástica es una película que sin ser provocativa, cuestiona, que toma partido sin proclamas de moda; una película que envuelve sin apelar a manipulaciones y, sobre todo, una película buena, valiente y respetuosa contada desde la rabia y el dolor del que vive presintiendo el inminente ahogo por nadar, como algo adentro se lo dicta, a contracorriente . Oscar que nos enorgullece y aplauso cerrado para Lelio y toda su gente.
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