PatersonAndrés Quintero7LO MEJOREl cuidado de la imagenAdam Driver, su protagonistaEl siempre encomiable deseo de hacer un cine diferenteLO MALOLo poco creíble de su historia y personajesLo soso que se muestra lo simple2017-08-097BuenaTÍTULO ORIGINAL: Paterson AÑO: 2016 DURACIÓN: 113 min GÉNERO: Drama PAÍS: Estados Unidos DIRECTOR: Jim Jarmusch ESTRELLAS: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Kara Hayward, Sterling Jerins, Luis Da Silva Jr Distintas miradas admite Paterson, la última película del director independiente norteamericano Jim Jarmusch. Para una de esas miradas Paterson es una delicada y bien lograda síntesis en la que participan, en dosis desiguales, cines tan dispares como el de Hollywood, el europeo y el japonés. Para quienes así la miran, la película es, con el perdón del gran Neruda, una oda elemental, un canto a las cosas sencillas. Paterson (Adam Driver) es un conductor de bus que pese a su rudimentario oficio tiene la sensibilidad para hacer emerger en su cuaderno de notas, la sustancia poética de las cosas simples y ordinarias que conforman su existencia rutinaria y plana. Quienes así la miran consideran que Pateronson es una joya discreta que por la línea directa de la sencillez transmite, con lo mínimo, poderosas descargas de emoción y sensibilidad. Para otra de esas miradas, esta misma Paterson es un trabajo en el que la sencillez es apenas una apariencia que apunta, calladamente, hacia la diferencia. En Paterson se olvida que tras lo trivial y básico siempre se oculta un impulso vital que no tiene nada de bizarro. Para quienes así la miran, la película de Jarmusch fracasa en su intento de expresar el valor inconmensurable de lo simple y ordinario. Fracasa porque tanto Paterson como su esposa Laura (Golshifteh Farahani) son personajes, quizás queribles, pero nunca creíbles. Lo propio pasa con una historia sosa y circular que se vuelve un artificio del guión para recorrer, a lo Ozu, las calles, vidrieras y rostros de una ciudad cualquiera, en un tiempo cualquiera. Para desentrañar el valor de lo sencillo hay que ser honestamente sencillo y, la verdad sea dicha, para esta visión , lejos estuvo de ello Jarmusch en esta oportunidad. Se burlan mis amigos diciéndome que me gustan las películas en las que nada pasa, burla que acepto gustoso porque efectivamente ese cine de aparente nadería , cuando es bueno, repleta sus vacíos con profundidad , belleza y sentido. Movido por las excelentes críticas que tiene, por la trayectoria de su director y, especialmente, por su supuesta inscripción en mi querido cine de pequeñeces o naderías, fui a ver Paterson con el deseo de que mi mirada fuera, de las atrás descritas, una más de las primeras. Y no fue así. Sin desconocer la calidad de su factura y el talento de su director, a mi juicio la película no logra esa difícil alquimia de sacarle lumbre a lo opaco. Pese al intento de exaltar la normalidad, en Paterson uno no se siente ante lo común y corriente. La propuesta de Jarmusch, trajeada de tributo a lo simple, es un juego, hábil pero algo postizo, que quiere transmitir normalidad y sencillez desde lo que es, a todas luces, anormal y complejo. Como espectador jamás sentí ese hilo vital de la comunicación con los personajes y su historia y, mucho menos, aquel otro, conmovedor, de la identificación con los mismos. Y, quien lo creyera, cuando se malogra la transmisión de lo simple y básico el resultado es peor que aquel otro fracaso de cuando no se alcanza a expresar lo intrincado y grande. La pregunta incómoda es si una película que provoca tan distintas miradas es o no una buena película. Un primer y quizás diciente dato es que en la estadística Paterson arranca más aplausos que rechiflas. Eso significa, pura y simplemente, que a una buena parte de sus espectadores le ha gustado y les ha parecido una buena pelicula porque logra su cometido bajo unos determinados, difundidos y aceptados estándares de calidad. Quizás lo que nos pasa a aquellos pocos a los que el estilo de Jarmusch esta vez no nos convenció, es que por algún curtimiento, que no es malo ni bueno, hemos creado resistencia al lenguaje cinéfilo de películas como Paterson. Su extrañeza camuflada tras una aparente simplicidad no nos llega, como tampoco nos llega esa parsimonia del detenimiento con la que la cámara quisiera adentrarse en todo y con la que se pretende, no sin ciertas ínfulas de creatividad e independencia, hacer un trabajo culto, una labor de esas que algunos denominan, pleonásticamente, de autor. El punto no es que en Paterson “no pase nada”, el punto es que, al menos para mi mirada, carece de vitalidad, ritmo e historia. Paterson es todo menos un conductor de bus y su relación con Laura es un pastiche que no se ve ni siquiera en la más rosa de las telenovelas. Pero lo más grave es que a todas estas falencias se las quiera encubrir con un supuesto manto poético que de tal, piensa quien esto escribe, no tiene nada. Seguro que muchos quedarán extasiados con las claves crípticas y algo kieslowkianas de Jarmusch: los gemelos, Paterson que como nombre designa personas, ciudades y libros; la decoración blanquinegra que Laura emplea en su casa y en todas sus cosas; el buzón inclinado; el tomar hacia la derecha o hacia la izquierda, un bulldog temperamental y silencioso y unas cataratas fabulosas que contrastan con la ordinariez urbana. Tal vez pueda resumirlo todo diciendo que Paterson se sitúa en esa imprecisa frontera que separa la belleza de la vacuidad, el estremecimiento del letargo y el poderío de la imagen de la fotografía meramente atractiva. Dependerá de muchas cosas, y no propiamente cinematográficas, con que impresión habrá de quedar el espectador que la vea. Más que de la película, dirá mucho de quien la vea qué mirada, si emocionada o desencantada, le mereció Paterson. A quien escribe estas líneas el último trabajo de Jarmusch no le dejó la huella que esperaba: sí, en cambio, la desazón de la expectativa desinflada. En todo caso el verdadero buen cine, el perdurable, siempre se sitúa y situará por encima de ambiguas y cambiantes fronteras. Publicación original: Julio 12 de 2017
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