One cut of the deadAndrés Quintero8LO MEJORSu irreverente frescura, ingenio y creatividadHaber hecho tanto con tan pocoSu humorLO MALOSi lo hay, lo convierten en bueno2020-04-088Muy buenaTÍTULO ORIGINAL: Kamera o tomeru na! AÑO: 2017 DURACIÓN: 1h 36min GÉNERO: Comedia, Terror PAÍS: Japón DIRECTORA: Shinichirô Ueda ESTRELLAS: Takayuki Hamatsu, Yuzuki Akiyama, Harumi Shuhama, Ayana Gôda, Miki Yoshida, Kazuaki Nagaya Recuerdo que hace unos tres años en esta misma página escribí una reseña sobre Estación zombie, película surcoreana que tuvo una excelente acogida entre el público y que a mí particularmente me encantó. La grata impresión que entonces me dejó la película de Yeon Sango-ho se debió a su ritmo trepidante y a la manera como, sirviéndose del miedo y la compasión que provocan los zombies, el mensaje final era reconfortante y redentor. Transcurrieron más de tres años para volver a otra película, aparentemente, sobre zombies, pero, al igual que en Estación Zombia, con un trasfondo más hondo y mucho más valioso. Estoy hablando de One cut of the dead la película del director japonés Shinichiro Ueda actualmente disponible en la plataforma MUBI. Premiada y aclamada en cuanto festival se exhibe, la película de Ueda es una pieza magistral de ingenio, creatividad y frescura. Todo arranca con la filmación, a cargo de un puñado de neófitos bienintencionados, de una película sobre zombies. En medio de unas muy precarias condiciones de filmación – se ve que estiran a más no poder cada centavo del exiguo presupuesto – el grupo se ve de pronto sorprendido por un verdadero ataque zombie. Qué mejor incentivo que semejante y aterradora sorpresa para que la película, hasta ese momento lánguida y postiza, cobre vigor y credibilidad y qué mejores maestros de actuación que esos entes errantes para que el reparto, hasta entonces titubeante e inseguro, pase a rebosar un inimaginable realismo. Lo que sigue después de esta intromisión de lo real en lo ficticio, o de lo ficticio en lo real, es un nuevo intercambio de planos que alternan verdad y ficción . One cut of the dead es el perfecto ejemplo del llamado metacine. Una película que tiene por tema otra película. En el caso del trabajo de Ueda, estamos ante un brillante ejercicio en el que los desdoblamientos se multiplican para retratar al final, por encima de zombies, actores, directores, guiones, cámaras y encargos, ese proceso, tan mágico como intrincado, tan fascinante como dispendioso, que hay detrás de toda película. Con veintisiete mil dólares en el bolsillo Ueda demostró que si hay talento y ganas de por medio, la estrechez presupuestal ensancha la creatividad y el ingenio. Estamos tan acostumbrados al esplendor, a la desmesurada tecnología y al derroche, que un trabajo como el de One cut of the dead nos recuerda que el buen orden de las cosas siempre prioriza la idea y pone al servicio de esta lo demás. Mal acostumbrados estamos a que ese demás nos encandile con sus espejismos y rutilancias y torne innecesaria, casi superflua, la idea que siempre debiera animarlo todo. Me gustó mucho y acá la hago mía, esa frase de algún crítico que luego de despojar el trabajo de Ueda de su disfraz de terror y miedo, lo describe y sintetiza como una carta de amor al cine. Y es que, en efecto, después de los ires y venires, de cabezas rodantes, brazos mutilados, chorros de sangre, ojos blanqueados y andares zigzagueantes, lo que queda y lo que se lleva agradecido y emocionado el espectador, es el tributo a todos aquellos que tras las cámaras mueven cables, recuerdan con carteles parlamentos olvidados, encienden y apagan reflectores, simulan nieblas, remedan ruidos y, en fin, todo ese inacabable repertorio, tan callado como valioso y sin el cual la película que usted y yo vemos, no habría sido posible. Aunque el homenaje de One cut of the dead va certera y genialmente dirigido hacia esos equipos de producción que sin mucho dinero trabajan con todo su carisma y todo su tesón, la reverencia, el reconocimiento y el enorme agradecimiento es, en general y más allá de presupuestos, nacionalidades y visiones, para todas esas personas que hacen posible el cine que vemos. La rapidísima y casi siempre inadvertida mención de sus nombres cuando al final ruedan los créditos por la pantalla, es muy poca, es nada, frente al enorme valor de su trabajo.
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