Nuestra hermana pequeñaAndrés Quintero7.5LO MEJORLa perdurabilidad renovada de un estilo. La huella de OzuEl rescate de lo simple y cotidianoSus cuatro extraordinarias mujeresLO MALOEl uso algo estereotipado de ciertas claves del cine japonésSus más de dos horas de duración2017-05-037.5BuenaTÍTULO ORIGINAL : Umimachi Diary (Kamakura Diary) OTROS TÍTULOS: Nuestra pequeña hermana / Our Little Sister AÑO: 2015 DURACIÓN: 2h 8min GÉNERO: Drama PAÍS: Japón DIRECTOR: Hirokazu Koreeda (AKA Hirokazu Kore-eda) ESTRELLAS: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho, Ryô Kase, Ryôhei Suzuki Hace algún tiempo, en esta mismo espacio, escribí sobre la forma, un tanto caprichosa, como llegué al gran director nipón Yasujiro Ozu. Fue la novela La elegancia del erizo de la francesa Muriel Barbery la que me condujo a la obra de este gran director. Paloma, su protagonista, se refiere a cada rato a esa sensación de reconciliación y recogimiento que le producen sus películas y fue ese constante y afectuoso llamado el que me puso, gracias doy a los recovecos del destino, en contacto con este director que hoy ocupa – y ocupará ya por siempre – un lugar especial en mis preferencias cinematográficas. Empiezo estas líneas con la evocación del maestro Ozu porque sin lugar a dudas el director de Nuestra pequeña hermana, el también japonés Hirokazu Koreeda, es su más fiel heredero. Con un guión también suyo lo que en esta ocasión nos cuenta Koreeda es la historia de tres hermanas cuyas edades oscilan entre los 20 y los 25 años y que viven solas en la desvencijada pero encantadora casa de su abuela. Es en medio de sus trajines cotidianos que reciben la noticia del fallecimiento del padre que las abandonó cuando eran apenas unas niñas. A regañadientes y con el comprensible resquemor que les dejó el abandono de su progenitor, deciden asistir a su funeral y es en este viaje fugaz y luctuoso que conocen a su hermana media, una encantadora niña que frisa entonces los trece años. En un gesto espontáneamente amoroso, la mayor de las tres hermanas la convida a vivir con ellas y esta acepta gustosa. Nuestra pequeña hermana no es otra cosa que la crónica de esta convivencia que transcurre entre los ritos, nimiedades y rutinas que conforman el día a día de este singular núcleo familiar. El gran valor de Koreeda, consolidado ya por películas como Nadie sabe (2004) Still walking (2008) y De tal padre tal hijo (2013), es esa capacidad de captar lo esencial que se esconde tras lo anodino y cotidiano. En Nuestra pequeña hermana no pasa nada extraordinario, pasa, por el contrario, lo absolutamente ordinario, lo que acontece alrededor de la mesa, en la escuela, en los puestos habituales de trabajo, en el restaurante en el que se bebe, entre risas, una cerveza. La cámara de Koreeda, como la de Ozu, aspira siempre a desaparecer, a no sentirse, a mimetizarse con lo que capta para extremar la fidelidad de lo captado. Pero no se trata de un simple collage de cuadros familiares. Aunque sea difícil percibirlo, el mérito de Koreeda es lograr, sin una historia envolvente pero con una sensación de cohesión, la transmisión de un mensaje de aceptación de la diferencia, del reconocimiento de culpas y de la fuerza centrífuga que emana, sea cual sea su conformación, de toda familia. Ni hay discursos o moralejas que lo pregonen, ni hay hechos conmovedores o desestabilizadores que lo subrayen; hay, por el contrario, una mirada respetuosa y sutil que capta, sin recargos preciosistas, el valor, tan enorme como simple, de las cosas sencillas. Sin embargo no todo es logro en Nuestra pequeña hermana. Hay formatos que se desgastan y su uso desmedido tiende a desvalorizarlos. En esta ocasión Koreeda vuelve con un modelo en el que el regodeo de la cámara con temas como el rito oriental alrededor de la comida o la belleza de la naturaleza va perdiendo su fuerza y su capacidad de conmoción. El espectador, o al menos el ya habituado con esa variante del cine asiático, puede llegar a sentir que le están aplicando la misma dosis y que su efecto ya no es el mismo. Las más de dos horas de proyección acentúan, innecesariamente, esa sensación. Por recargarse ya demasiado en esas claves que bordean peligrosamente el estereotipo, Nuestra pequeña hermana pierde oxígeno a mitad de camino y algo le queda faltando en términos de emoción y credibilidad. Uno se pregunta si en algún lugar de este convulso planeta es posible que la vida, la vida de estas cuatro mujeres en un momento que no parece tan distanciado del presente, transcurra de semejante manera. En el cine no bastan la sutileza en el manejo de la imagen y la elegancia en el fraseo; la contundencia de la historia es fundamental y solo la logra un relato – sea el que narre la caída de un imperio o el que cuente el robo de una bicicleta – con sentido y fuerza propia. La belleza es verdad pero la verdad también es belleza. Lo que en su momento hizo Ozu hoy es para el cine indeleble historia. Supo, como ningún otro, decir mucho, diciendo casi nada; supo hacer de la discreción, la contemplación y la mera insinuación, ríquisimas fuente de expresión. Koreeda ha demostrado un enorme talento y capacidad para seguir, con su propia pisada, la huella del maestro y así lo ratifica en esta bien contada historia de hermanas. Como bien lo afirma el crítico español Carlos Boyero, estamos ante un poeta identificable. Eso no asegura por sí solo que la calidad ya lograda en trabajos anteriores se mantenga, pero sí que existe el talento para que, en nuevos versos cinematográficos, se la confirme respetando pero a la vez rompiendo los modelos que caracterizan su obra.
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