MinariAndrés Quintero7.5LO MEJORLa elocuencia de su sencillezUn lenguaje cinematográfico impecableSaber contar, sin alardear y sin pontificarLO MALOAlguna, perdonable, simplificación de sus personajes y su trama2021-07-297.5BuenaTÍTULO ORIGINAL: Minari AÑO: 2020 DURACIÓN: 1 hora 55 min GÉNERO: Drama PAÍS: Estados Unidos DIRECTOR: Lee Isaac Chung ESTRELLAS: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze dropcap size=small]Y[/dropcap]a nadie es de ninguna parte. Todos, de una u otra forma, somos de todas partes. Jalonada por distintas razones, la gente se mueve de un lado a otro. Algunos persiguiendo sueños, otros huyendo de fantasmas y los hay también, y no pocos, que lo hacen sin saber el porqué o el para qué. Pero no es solo el desplazamiento físico el que nos arranca de nuestros suelos de origen, es sobre todo esa opción de desplazarnos a través de pantallas y redes la que, para bien y para mal, nos va desarraigando de esos ya casi mitos que llamábamos, con pronombres posesivos, tierra o patria. Minari , con guión y dirección del estadounidense Lee Isaac Chang, es precisamente el relato de un encuentro o, si se quiere, de un choque de culturas que muestra, intercalándolas , tres generaciones de una familia – abuela, hijo y nietos – reunidas en algún lugar de Arkansas donde el padre sueña con grandes y productivos cultivos de productos originarios de su Corea natal cuyas cosechas y frutos venderá a sus coterráneos instalados en suelo americano. Así mostrado, el asunto parece toda una insensatez. Un coreano empecinado en cultivar y vender, allende de sus lares, los productos de su lejana tierra a compradores que, al igual que él, un día abandonaron su suelo . El embeleco de mover un pedazo de Corea a los Estados Unidos como si no fuera, aparentemente más fácil y simple, quedarse en casa sin tanto trauma y sin, especialmente, esa indeleble marca de ser, ya por siempre, un extranjero. Así somos los humanos y así está comprobado. Siempre, o al menos casi siempre, queremos irnos. Partir. Instalarnos en otro lugar que por el solo hecho de su otredad se nos ofrece como un mejor espacio, un paraje ignoto en el que, eso creemos, nuestras aspiraciones tendrán más vuelo. Quedarse es resignarse. Renunciar a esos sueños cuya realización pareciera estar indisolublemente ligada a un cruce de fronteras. Engaño o verdad? Habrá siempre voces para defender lo uno y lo otro. Es precisamente de ese confuso y contradictorio anhelo, el de salir la tierra para luego añorar el regreso, que trata Minari. Con una muy bien lograda sutileza y con un elocuente minimalismo, la película de Isaac Chang muestra, de un lado, a unos padres que ya van evidenciando el lento pero perceptible abandono de sus hábitos y costumbres y, de otro, a unos hijos para los que Corea, sin nortes y sures, no es más que un nombre distante y hueco. Con el desapego de quien ya vivió la vida, la abuela contempla el amasijo cultural que sus descendientes, en permanente confrontación, van moldeando. La película de Minari es tan estadounidense como coreana y lo es porque Isaac Chang es, él mismo, resultado de esa amalgama de inmigrantes y asentamientos. Procesos de profundas imbricaciones culturales que van tallando unas nacionalidades amorfas donde, hay que repetirlo, ya nadie va siendo de ninguna parte por serlo de todas partes. Pero más allá de este fenómeno y de sus muchas implicaciones, más allá de haber sido y seguir siendo los Estados Unidos, un fascinante, que no pacífico, laboratorio de fusiones e integraciones raciales, ideológicas y culturales , lo destacable del trabajo de Isaac Chang es la forma, tan sencilla como elocuente, de reflejar esta realidad. Sin análisis, sin críticas, sin posiciones políticas, tan solo dejando que la cámara acompañe los hechos cotidianos, los encuentros y los desencuentros, Isaac Chang logra un retrato austero y honesto de una familia errante que se instala fuera de casa tras el espejismo de que la casa, el hogar, será el que mejores condiciones ofrezca así sea al alto costo de renunciar a lo que, en alguna medida, talló esencias e idiosincrasias. Desde la perspectiva de la narrativa cinematográfica hay que destacar una discreta cámara, puesta al servicio de los protagonistas y potenciada por un paisaje enorme y envolvente que, a la vez que estimula los anhelos de los viajeros, les recuerda su pequeñez y ese mensaje de la tierra dispuesta, simultánea y generosamente, para los grandes cultivos y para el crecimiento espontáneo y silvestre de esa planta protagónica de la gastronomía asiática conocida como el perejil japonés, el apio chino o, ya la aprendimos, el Minari.
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