La decisión del reyAndrés Quintero7LO MEJORLa novedad de su enfoque: otra manera de mirar la guerra a través de los procesos decisorios de sus protagonistasSu impecable producción y su muy cuidada fotografíaEmoción bien dosificada, en su justa medidaLO MALOPara algunos, su excesiva sobriedad2018-05-307Buena TÍTULO ORIGINAL: Kongens Nei OTROS TÍTULOS: Ultimatum / The King’s Choice AÑO: 2016 DURACIÓN: 2h 13min GÉNERO: Bélico, Histórico PAÍS: Noruega DIRECTOR: Erik Poppe ESTRELLAS: Jesper Christensen, Anders Baasmo Christiansen, Tuva Novotny, Juliane Köhler Erik Poppe, el director de La decisión del rey, ya había pasado por nuestras carteleras. Lo hizo hace unos años con su película Aguas turbulentas (2008, en Colombia 2012) en la que confronta a un hombre con su pasado haciéndole ver que, pese a tranquilizadoras apariencias, nada cae en el total olvido. Después de purgar su pena de presidio por la muerte de un niño y cuando ya creía estar reorganizando su vida, el protagonista se topa con la madre de la víctima y es así como resurgen, de lado y lado, fantasmas que ambos pensaban superados. Popper vuelve ahora con el relato intimista de lo que sucedió entre el ocho y el diez de abril de 1940 cuando el ejército alemán, con la instrucción perentoria de Hitler, invadió Noruega exigiéndole al rey Haakon VII su rendición. Estaba en las manos del jerarca decidir si accedía a la presión nazi con la justificación de evitar más muertes a manos del cruento invasor o si optaba, amparado en esa entelequia llamada patria, por resistir. Sobre este dilema está construido, con bases muy sólidas y paredes resistentes, el guión de La decisión del rey. La película de Poppe es parca con las escenas bélicas. A diferencia de muchas de sus congéneres no despliega toda esa parafernalia de cuerpos humeantes, cascos, bombas, balas y llamas a la que el ojo está acostumbrado cuando se trata de películas de guerra. El enfoque narrativo del director noruego va dirigido a la tras escena de la confrontación armada donde otra guerra, menos vistosa, también se libra. La guerra interior de unos hombres sobre los que recae la toma de decisiones que habrán de marcar la suerte de la otra guerra, la de los aviones volando bajo y descargando su artillería contra una población que corre despavorida huyéndole a una muerte tan insensata como inminente. En el caso de La decisión del rey todo el peso del relato recae, primero, sobre un rey atribulado que debe, a sabiendas de que siempre habrá un enorme sacrificio implicado, elegir entre hacer un conveniente acuerdo de rendición con el invasor o resistirle con la conciencia de la enorme desigualdad de fuerzas y, segundo, sobre el embajador alemán en Noruega, valiente y pusilánime a la vez, empeñado en conseguir una de esas utópicas fórmulas conciliatorias que dejarán a todos contentos. Concordante con esa otra visión que explora los intersticios humanos que hay tras toda guerra, está el retrato que Popper hace de Haakon VII. La película no nos lo muestra, como es usual, con esa engalanada postiza de la realeza sino con ese halo impreciso de respetable superioridad que da la experiencia y, especialmente, el tener un inamovible orden de valores al momento de tomar una decisión. Los diálogos entre padre e hijo, rey y sucesor, concentran todo el mensaje que la película quiere transmitir. Lo demás es decorado y escenario. Poppe pudo elegir otro tema para recrear esas disyuntivas decisorias consustanciales a la existencia humana. Entonces, otro habría sido el escenario pero eligió, como una suerte de homenaje a un monarca muy querido por el pueblo noruego, el dilema que en su momento tuvo que sortear Haakon VII. Varios aciertos hay que apuntarle a La decisión del rey. Su enfoque subjetivo, uno de ellos. Como lo decíamos, la película transmite todo el tiempo esa sensación aciaga de la guerra, no a través de rutilantes batallas, sino con el ojo puesto en esos espacios menos vistosos – un comedor, una oficina, la habitación de familia – donde también se libran o donde verdaderamente se libran, y con que desgarramientos a veces, las batallas. Al servicio de lo anterior está la cámara. No es una cámara que vaya reportando hechos, es una cámara que intenta expresar frustraciones y angustias posándose en unos rostros abatidos y silenciosos o persiguiendo unos hombres que huyen de esa fuerza irracional y deshumanizada que crean todas las guerras. Jesper Christensen y Andres Baasmo Christiansen, en los papeles de rey e hijo respectivamente, logran, más que unas actuaciones, una figuraciones sobrias y convincentes. Más que un lucimiento interpretativo son sus rostros y la fortaleza de sus diálogos los que perfilan sus personajes. Una producción impecable, una fotografía sobria y una musicalización que se ajusta al devenir, tenso o trepidante, de los hechos, terminan de redondear un trabajo que supera los estantes, políticamente correctos, de lo interesante.
Debe estar conectado para enviar un comentario.