Jestem MordercaCésar Padilla Herrera8LO BUENOArkadiusz Jakubik y Miroslaw Haniszewski que par de actores tan impresionantesMiroslaw Haniszewski hace un rol de payaso malo, de amigo traicionero, de hombre frágil simulando ser rudo. Que bien lo hace. Detalles: La máscara que hacen a Kalicki. La radio. El museo-circo en que se convirtió la famosa captura, la otra máscara. Todos son determinantes y sugerentes.LO MALOA ratos la música Demasiado Janusz y poco Kalicki2018-08-158Muy buenaPuntuación de los lectores: (12 Votes)9.7 TÍTULO ORIGINAL: Jestem Mordeca AÑO: 2016 DURACIÓN: 117 min. GÉNERO: Crimen, Thriller PAÍS: Polonia DIRECTOR: Maciej Pieprzyca OTROS TÍTULOS: Im a Killer REPARTO: Miroslaw Haniszewski, Arkadiusz Jakubik, Agata Kulesza Hay un tono antes de la oscuridad. Un tipo de azul pálido. A veces transmite angustia, otras zozobra. Es un azul que en la sombra muestra y en la luz esconde. Quiero decir se puede ver a un detective casi certero, los cuerpos y la burocracia oficial en el azul claro del día. En el azul que llega al anochecer, el mismo detective es un hombre lleno de dudas, de pasiones, violencias. No es que el azul oscuro muestre la verdad, más bien deja ver a un animal; a un tipo al cuál, el instinto le dice: algo anda mal. I’m a Killer va por ahí. La película es sobre un asesino en serie o mejor dicho sobre dos asesinos. Uno es el que mata mujeres sistemáticamente, el Vampiro Silesiano o vampiro de Zaglebie. El otro es el que quizá las mata, quizá. El primero es a quien hay que capturar, el que luego de un tiempo se vuelve mito. El segundo es cualquier infeliz, es el chivo expiatorio. En esta película, esos dos asesinos, son una sola persona. Maciej Pieprzyca, el director, cuenta cómo hizo un policía en la Polonia rusa, la de posguerra, para capturar al infeliz. El asesino, aunque hace algo terrible, ese algo ocurre en un solo acto. El asesino mata y ya esta. En el fondo el muerto no importa. La nuez del asunto esta en porqué lo hace. No se puede negar, al cine le interesa más el asesino que el muerto. Al espectador también. El interés se agranda, si el rótulo ya no es el de asesino a secas sino el de serial killer. Sí mata en la «grandeza» de un imperio o el esplendor de una sociedad pues el tipo se vuelve desconcertante. ¿Quién mataría en el pleno de la «perfección» política y social? Seguramente, se dice, un loco, un desadaptado, un anormal y un blablabla largo. Todo se vuelve más, aun más, difícil de entender cuando resulta que no, el serial killer es una de esas especies pertenecientes al genero «común y corriente». Da miedo imaginar al buen vecino, a Flanders, como un potencial criminal pero pasa, todo el tiempo. La sospecha y el miedo se agrandan con un asesino en serie que resulta ser un tipo normal. Los detectives saben que ante la ansiedad y el miedo la captura del asesino no da espera. El problema en esta película es que nadie tiene la menor idea de quién es el que mata. Es una película sobre un interrogante no resuelto ¿Quién es el asesino? Ahora en la Polonia zurda, la de los Rusos, es inaudito que exista un asesino en serie. Normalmente, es un tipo que nace y se reproduce entre los «cerdos» de Occidente, en EEUU, en la casa del enemigo político después de la guerra. En este contexto, la ansiedad o el miedo no importan, es un deber político la captura al Vampiro; la policía polaca está a la vanguardia, no sufre de carestía y astucia, no es menos que ninguna otra fuerza, lo tiene que demostrar, lo hará. Para capturar al vampiro se requiere alguien capaz de hacer lo necesario, con unos escrúpulos inversamente proporcionales a su deseo de aceptación y reconocimiento; se requiere a un cobarde. Este es el tema real del film, es sobre la necesidad de resignificar aquellos que terminan siendo los protagonistas de los relatos que nutren la historia: el héroe y el villano. En ambas figuras hay una falsa certeza. Siento que aquel tono azul pálido, es el filtro de los anteojos con los cuales deberíamos ver las hazañas de nuestros relatos. Al final es importante saber, como lo muestra la película, que ya no son, quizá nunca fueron, el héroe y el villano los protagonistas, son, quizá siempre, el chivo expiatorio y el cobarde. Así, unos tipos mañosos, panzones y alcohólicos nombran a un cobarde como detective director. Son los jefes. La policía de nada más que la Polonia de posguerra. La de los soviéticos. Esa policía, estos comandantes no podían tener la fama de que un serial killer andaba suelto y que la perfección de la nación polaca con sus super-policías no habían podido agarrarlo. Por eso nombraron al cobarde para liderar la investigación. Ahora, el detective que duda demasiado, es un mal detective, en el mejor de los casos es Rust Cohle, que era más filosofo que detective. Hay un punto en que al funcionario de la ley le toca señalar, con todo lo que recaudó como prueba, al asesino. Eso lo convertirá en un agente reconocido, un untouchable. Si el detective tiene a la mano ese artefacto con el cuál los hombres sentimos que nada se nos escapará de las manos, que la duda es una cosa del pasado y que la certeza basada en datos nos da la verdad, pues se hace menos tortuosa la investigación. Me refiero a la computadora. El detective director la usa, de una manera francamente cómica, quizá como hoy. El punto es que la policía cree que el uso de la computadora da a la pesquisa una exactitud cercana al valor de Pi. En esta película azul pálida hay computador, detectives, investigación y ni así tienen certeza sobre el vampiro. Como podrán ver, la película plantea un crítica muy sugestiva a nuestra apariencia de orden, al regocijo que nos brinda creer que al final ganan los buenos, el museo que le hacemos a una memoria seleccionada, la mascara. Por otro lado, quienes interpretan al chivo y al cobarde, a Wiesław Kalicki y Janusz Jasinski, esto es Arkadiusz Jakubik y Miroslaw Haniszewski son actores extraordinarios. Su interpretación es tan buena que resulta suficiente para olvidar algunos defectos en el planteo de la película. Recomiendo verla porque sin desmarcarse de algunas estrategias visuales de siempre en el cine de detectives, Maciej Pieprzyca innova: se burla de la policía, cuestiona la politización de la captura, refleja la cotidianidad viciosa de los detectives, siempre borrachos, con resaca, fumando, buscando ellos también mujeres, todo en un azul pálido que se cierne sobre la gran hazaña: la captura de un chivo expiatorio.
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