Encontrar una escena atrayente en una película de cine tiene un encanto especial para mí. Cualquiera que sea nuestro gusto, idealmente quisiéramos ver grandes películas: las grandes películas pueden tener una gran trama, ser muy entretenidas, tener grandes directores, grandes actores, entre otros, y contienen por supuesto, grandes escenas sobre las cuales es un placer leer y volverlas a vivir. Pero cuando, además de estas, nos sorprende una escena de una película que no clasificaríamos dentro de las grandes, cuando logra sumergirnos en ese momento específico, por motivos diversos, no necesariamente calculados, no necesariamente “cinematográficos”, cuando logra transmitirnos, o hacer que recordemos, que meditemos, o simplemente que sintamos, sucede algo especial, porque la vivimos con mayor intensidad, porque la resalta sobre las demás, porque probablemente hace que entre a nuestra colección de recuerdos. Jerry Maguire (Tom Cruise) es un agente de deportistas exitoso, seguro y carismático, pero lo que lo convierte en el héroe de esta película es realmente su idealismo. En un impulso de franqueza, se atreve a cuestionar la ética de la agencia para la cual trabaja, y es despedido. Valiéndose de su energía y optimismo, decide seguir adelante independientemente, seguro de poder demostrar que su trabajo se puede hacer exitosamente sin necesidad de anteponer los intereses particulares al bienestar de sus clientes. Solamente uno de ellos decide continuar con él, pero cuando la película llega a la escena de la que trata esta reseña, Maguire está a punto de cerrar un gran contrato con la mayor promesa del fútbol americano. Saliendo de la reunión en la que, a los ojos de él, el negocio es un hecho, aparece conduciendo de vuelta en su automóvil, delirante de felicidad, transpirando satisfacción, saboreando nuevamente el éxito y validando su filosofía profesional. En este momento difícilmente podría quedarse quieto, su actitud y sus movimientos evidencian su deseo de arrojar esos sentimientos al mundo. Enciende su radio buscando quizás en la música un catalizador para desahogar todo esto, pero en la emisora sintonizada se oye a los Rolling Stones cantando “Me siento tan cansado, no lo puedo entender…” (de su canción “Bitch”). Maguire trata de seguirla pero desiste pues no va con el momento. Cambia de emisora (se alcanzan a escuchar los ruidos, extintos hoy por la era digital, que hacían los sintonizadores al mover el dial) y se oye a la romántica Juice Newton cantando “Angel Of The Morning”. Un cambio de dial más y el tono sigue empeorando, la letra traduce, ahora con trasfondo campirano, “Ella tenía fe, ella creía…” (Gram Parsons, “She”). Un salto final de emisora hace que aparezcan guitarras eléctricas y Maguire pueda finalmente cantar a todo pulmón, riendo, usando el manubrio como tambor de batería, hinchando las venas del cuello, cerrando los ojos a pesar de ir conduciendo, sosteniendo exageradamente la longitud de las versos: “I’m free!” (soy libre). Jerry Maguire sigue cantando vehementemente y cada vez con más emoción, pero la letra de la canción empieza a sugerir que tal vez algo no va tan bien, pues la estrofa continúa “…free falling” (en caída libre). El sentido de la letra completa de la gran “Free Fallin’”, de Tom Petty & The Heartbreakers, no tendría probablemente mucha aplicación a la situación descrita, pero el estribillo aislado es una escogencia genial que permite construir esta escena. La pausa que hay entre “I’m free” y “… free falling”, el juego de palabras en inglés, y por supuesto, la fuerza que le imprime Tom Cruise (nominado al Oscar en 1997 por su papel en esta película), hace que compremos ese momento de euforia que el personaje mantiene durante toda la secuencia; sin embargo la alusión a la caída libre y el tono nostálgico de las notas, dejan una sensación de duda, aunque sea en un plano menos consciente. La forma en que fue escogida la secuencia de canciones, que pasa (antagónicamente) de “Bitch” a “Angel Of The Morning”, luego a “She” antes de llegar al “Free Fallin’”, empieza tomando una canción con fuerza pero de contenido inaplicable, para ir “degenerando” la energía musical hasta llegar a una melodía que casi se ridiculiza ante la situación, logrando un gran contraste, y así, que la escogencia final resulte impactante. Es una escena que probablemente para muchos habrá pasado como una más. Desde un punto de vista práctico, si se omitiera, no cambiaría la historia. Sin embargo, el director y escritor Cameron Crowe tuvo que diseñarla, pensar todos estos detalles, filmarla y tomar la decisión de incluirla. Decisión que por todo lo dicho, yo celebro. Las películas, y dentro de ellas las escenas, tienen elementos particulares que, en un plano subjetivo, hacen que nos gusten más o nos gusten menos, que nos hagan sentir más o menos cercanos a ellas. Esta escena tiene también para mí como protagonista fundamental a la (alicaída?) radio. Perteneciendo a una de las últimas generaciones que creció con la radio como elemento esencial, recuerdo que cuando era niño, al viajar con toda la familia fuera del país, una de mis grandes fascinaciones era descubrir emisoras en el radio del automóvil alquilado, inmersas en ese gran espectro de ondas perdidas en otras latitudes, que apenas se intuía. Aunque de niño obviamente nunca fui el que conducí, viví esta escena de Jerry Maguire varias veces. Más sobre Free Fallin’ Free Fallin’ (1989) es ya un clásico del Rock y fue ranqueada en el puesto 179 de las 500 canciones más grandes de todos los tiempos por la revista Rolling Stone. Cualquiera que sea el espectro musical personal, si uno tiene la suerte de haber incluido en él el Rock, seguramente apreciará esta versión en vivo relativamente reciente, que cae además como anillo al dedo pues es extraída del show de entretiempo de uno de los eventos deportivos más emblemáticos del planeta, precisamente del deporte al que hace alusión la película, el Super Bowl (2008), y permite sentir lo que significa la canción para muchas personas.
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