Graduación
Diego Solorzano7
LO MEJOR
  • Los personajes, Romeo logra transgredir la pantalla para plantear de manera creíble dudas en el espectador.
  • El guion, la solvencia narrativa y visual de la que hace gala Mungiu
LO MALO
  • La intrascendencia de algunas escenas podría haberse eliminado para mejorar un poco el ritmo narrativo
7BUENA
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OTROS TÍTULOS: Bacalaureat

AÑO: 2016

DURACIÓN: 2hr 8min

GÉNERO: Drama

PAÍS: Rumania

DIRECTOR: Cristian Mungiu

ESTRELLAS:   Adrian Titieni, Maria Dragus, Lia Bugnar

 

A menudo como individuos olvidamos la intrínseca naturaleza de la corrupción como mal endémico de nuestra sociedad, usualmente la dejamos en manos de entes de mayor envergadura o culpamos a la clase adinerada o política de la existencia de este mal canceroso que flagela los estados y círculos de cualquier sociedad. Sin embargo, el origen obvio de cualquier corrupción parte del rompimiento desde la más básica unidad de cualquier sociedad: la familia, siendo esta principal motor de cualquier pensamiento que pueda afectar la verticalidad de un sistema desolador y meritocrático como es el diario vivir en las sociedades occidentales. Es así como se entiende la existencia inherente de cualquier agravio económico o social como precursor del ejercicio de corrupción.

Mungiu lo entiende bien, director de una de las mejores películas de los últimos años como es ‘4 meses, 3 semanas, 2 días’ donde inteligentemente usa la figura de la dictadura en la Rumania post soviética para justificar el alcance del hombre como individuo en un sistema relativamente kafkiano; allí el retrato de una sociedad silenciada por una mano invisible se hace patente y asfixiante. Graduación cambia de escenarios pero el relativismo moral y social del mundo que rodea a los protagonistas sigue siendo el mismo, aunque con un toque más humano y decididamente familiar.

Romeo es padre de una familia difícil, no disfuncional como cabría esperar pero que gira toda su existencia alrededor de su hija Eliza, una estudiante excelente que no parece encajar en el presente y pasado que amargamente han vivido sus padres. Este lo sabe, de hecho hará todo lo posible porque su hija logre salir de aquel lugar y como disparador de aquel impulso inhumano, un desagravio incidental acabará por llevar a la familia (y en particular a Romeo) a un estado defensivo absoluto, donde todas las decisiones que tome, sin importar lo moralmente aceptables que puedan llegar a ser, están justificadas desde su realidad como padre y ciudadano.

Romeo es un personaje atípico, hasta cierto punto comprensible para cualquiera que conozca la realidad de un mundo movido por “palancas” invisibles o favores que justifican cualquier clase de medios. Sin embargo Graduación decide evadir la salida fácil con un drama de estas características y en vez de juzgar el accionar como padre del personaje, decide dejar en manos del espectador tomar la decisión final, basado en las vivencias de una sociedad vertical que se ve contagiada por la necesidad inherente de tomar ventaja y pasar por encima de la meritocracia bajo cualquier riesgo. Quizá por haber vivido en una realidad tan tercermundista como la nuestra, el director conoce la telaraña que rodea al delito, por muy menor y justificable que pueda llegar a ser, y la dificultad de un hombre contra el sistema junto con la fortuita naturaleza del mundo que le rodea, un mundo cada vez más gris y despiadado.

No es azar que precisamente el cabo suelto que se deja Mungiu sea Eliza, una joven que ha crecido bajo preceptos rigurosos de buen hacer y honestidad. La película llega a ser agobiante por la presión que atraviesan sus protagonistas pero la hija de nuestro personaje principal resulta ser la más devastada por una realidad que amolda y modifica todo en lo que cree. El caballo blanco de la carrera acaba manchado por las decisiones que todos los demás toman por ella, el rumano triunfa de manera inexorable en romper el cinturón de castidad de un personaje dubitativo, silencioso pero interesante, defendible y tan justificable como el hacer de su progenitor.

Quizás Graduación pueda presentar un avance algo pausado y algunas escenas (e hilos narrativos) pueden quedar sin justificación, pero el reconocido director ganador del premio en Cannes sabe cómo dotar de naturalidad un excelente guion. En ningún momento la película se siente melodramática, jamás excede un milímetro en lo que quiere contar y está tan medido que casi pensaríamos que es la rigurosidad conocida del director la que mueve los hilos del mundo que rodea a Romeo y Eliza, quienes ante todo son humanos, tan humanos como el sistema que quieren (¿O deben?) superar para alcanzar algo más importante que la felicidad: La estabilidad.

Pues Romeo entiende que la estabilidad en un mundo salvaje y despiadado como el actual solo se puede alcanzar usando las mismas trampas que el sistema pone a aquellos que escalan la cima. Es bajo este precepto el que Graduación culmina como una obra social a medio camino estilístico del documental y el drama familiar. La gran fortaleza y el mayor motivo por el cual dedicar un visionado a Graduación es el acertado punto de vista que aporta su director sobre la corrupción. Primero evolucionando del sistema aplastante de su laureada cinta, hasta la más básica demostración de afecto que puede verse contagiada por la búsqueda despiadada de lograr el éxito, incluso si eso implica quebrantar la ley y hacer daño a quienes te rodean.

En definitiva, Graduación es un fantástico cuadro trágico sobre la corrupción y los dramas que cualquier familia puede pasar para sobrevivir en un mundo cada vez más peligroso y egoísta. Solo por eso es una película de importancia a recalcar en lo que vamos de año, y aún cuando su presencia se haya limitado a los festivales europeos, siempre es bueno ver una obra de Cristian Mungiu en nuestras salas.

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