Gabrielle: sin miedo a vivirAndrés Quintero7LO MEJORLa energía arrolladora de Gabrielle Marion-RivardLa admisión de la diferencia como clave de la convivenciaEl mensaje de que a diferencia de lo que suele pensarse, la anormalidad no es un obstáculo para la felicidad; puede serlo, en cambio, la normalidadLO PEORAunque bien intencionado, su tratamiento algo sesgado de la discapacidad Queda apenas la sensación de roce, no de profundidad y el tema se prestaba para llegar hondo.2015-07-227BuenaTÍTULO ORIGINAL: Gabrielle AÑO: 2013 DURACIÓN: 104 min GÉNERO: Drama, Romance PAÍS: Canadá DIRECTOR: Louise Archambault ESTRELLAS: Gabrielle Marion-Rivard, Alexandre Landry, Mélissa Désormeaux-Poulin, Vincent-Guillaume Otis, Benoît Gouin Quizás no haya un sueño más legítimo, cuando se bordean los veinte años, que el de tener un espacio propio. En ese momento de la vida la independencia suele entenderse como la salida de ese cerco confortable pero también vigilante que es la casa paterna. Se sueña entonces con ese micro universo de autonomía que traerá consigo la tan anhelada libertad. Gabrielle, a sus veinte y tantos años, no exceptúa la regla, la confirma. Quiere un apartamento, así sea diminuto, en el que los horarios y las condiciones no vengan impuestas de fuera; un lugar en el cual reafirmar su proyecto de identidad. Además de los problemas usuales que se presentan en estas transiciones, en el caso de Gabrielle hay uno que lo zarandea todo: tiene el síndrome de Williams, una lesión cerebral que aunque le permite vivir con cierta autonomía, no deja de señalarla y hacerla, más allá de todos los eufemismos que se usan en estos casos, diferente. Como es apenas normal para su edad y para su hecatombe hormonal, en su plan de independencia figura Martin, otro joven discapacitado del que está, felizmente correspondida, enamorada. Gabrielle, la película de la directora y guionista canadiense Louise Archambault, es un asomo fragmentario a la vida de esta joven y su empeño por hacerse a un espacio en el que sean sus decisiones y no las de otros, las que jalonen su vida. Se trata de un trabajo honesto y bien intencionado que explora, a mitad de camino entre el documental y el drama, la realidad de unos jóvenes con esta limitación cognitiva que intentan insertarse en la cotidianidad que les rodea limando, escondiendo o superando esas condiciones que los excluyen del ambiguo concepto de la normalidad. En el caso de Gabrielle y sus compañeros ese empeño de inclusión tiene una marca especial porque, aparentemente, la brecha que los separa de los otros, de los normales, no parece tan grande. A diferencia de otras lesiones más severas, el síndrome de Williams no margina tan drásticamente a quienes lo tienen. Eso hace que quieran hacer y sentir lo que hacen y sienten aquellos que les rodean. Ser como los otros siendo, a la vez, distintos a los otros. Paradoja de la que emergen a la par constantes ilusiones e insalvables frustraciones. El mensaje central de Gabrielle, a mi juicio algo superficial y apresurado, es que los discapacitados también tienen derecho a soñar y a materializar sus anhelos. Tienen, particularmente, el derecho a amar a otro y a expresar ese amor con todos sus lenguajes, incluido el corporal. Para manejar con delicadeza pero sin sensiblerías un tema de no fácil tratamiento, Louise Archambault invita a escena a Gabrielle Marion-Rivard, discapacitada en la vida real, para que se represente a sí misma, a esa joven que quiere sobreponerle a su limitación el deseo, inacabado como el de todos, de exprimir al máximo la vida. Y Gabrielle lo hace a la maravilla porque se la siente en la pantalla gozándose la representación de sí misma y transmitiendo, sin tanto código y sin tanta pose, sus sentimientos y emociones. . Uno puede pasar a decir – y hay de donde hacerlo – que a la película le sobra corazón pero le falta argumento; que el mundo de la discapacidad es menos atractivo que el que se nos muestra en Gabrielle y que los esfuerzos por la inclusión de estas personas suelen quedarse en discursos emocionales y en abnegadas y valientes resignaciones. Uno puede decir que quizás Gabrielle habría sido una mejor película si en lugar de su condescendencia y su tono de esperanza, la suya hubiera sido, a través de una historia demoledora, una mirada más sincera, implacable y dura. Todo esto y más pudiera decirse de Gabrielle pero también puede decirse que el trabajo de la Archambault nunca pretendió ser una radiografía crítica del problema de la inclusión de los discapacitados ni, tampoco, un análisis a profundidad de la reacción familiar ante la enfermedad. Hacer una película siempre implica escoger un tema. Habiéndolo escogido luego hay que acotarlo. Definidas las coordenadas de alcance viene su conversión al lenguaje visual. Lo que hizo la Archambault fue concentrarse en una determinada población discapacitada y mirarla, con algo de cosmética y suavidad, desde la óptica de sus relaciones afectivas El resultado, más válido que valiente, es un acercamiento cálido y respetuoso a ese mundo paralelo de unos jóvenes obstinados en la consecución de sus sueños. Gabrielle acaricia pero no perdura, tararea pero no entona, anuncia una gran llegada pero se conforma con una rápida visita. No son solo los de las personas con alguna limitación física o cognitiva los mundos que corren a nuestro lado. Paralelos al nuestro corren todos los otros mundos y más allá de la que pensemos sea su cordura o su insensatez, su inteligencia o su torpeza, sus destrezas o sus limitaciones, lo importante es su reconocimiento, su respeto, su valoración y la comprensión de que siempre estamos, para llegar a ser quien realmente somos, en función de ese otro, de esos otros, por distintos que nos parezcan.