El Paseo 4: Sensaciones encontradas detrás del éxito taquillero
LO MEJOR
  • Diego Vázquez
  • Manuela Valdez
  • Víctor Tarazona
LO MALO
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6Interesante

OTROS TÍTULOS: El Paseo 4: La familia va a Miami

AÑO: 2016

DURACIÓN: 96 min

GÉNERO: Comedia

PAÍS: Colombia

DIRECTOR: Juan Camilo Pinzón

ESTRELLAS: Diego Vázquez, Aída Morales, Manuela Valdez, Victor Tarazona, María Margarita Giraldo, Fernando Solórzano

 

Varios son los elementos pródigos que un país como Colombia tiene para ofrecer a los habitantes del mundo. Dentro de ellos destacan: su aromático café, sus coloridas orquídeas, su heterogeneidad climática, su diverso turismo sexual, su refinada cocaína y, sin lugar a dudas, su prolífera saga de El Paseo.

A pesar de que la sociedad culta bogotana y la crítica especializada colombiana, que siguen firmemente las teorías de montaje de Kuleshov y que para fortuna de todos no han tocado -y nunca tocarán- en su vida un lente Angénieux, denigren y rechacen la obra de Dago García (Productor), cuya productora ha sido célebre por sus éxitos comerciales de 25 de diciembre, me inscribo afirmando que la he seguido fielmente con cierta curiosidad y con singulares vestigios de admiración. Yo, como realizador audiovisual, no puedo dejar de reconocer la influencia que han tenido en mi producción -y en mi vida- obras como: La Pena Máxima (2001), La Guerra de las Rosas (1999) y Pedro el Escamoso (2001), a las que considero piezas maestras. Mi sorpresa al enterarme de que El Paseo 4 es la película colombiana más taquillera de todos los tiempos con más de 1.6 millones de espectadores, solo en Colombia, me impulsó a proseguir con mi acoso insaciable por la obra de Dago. Invadí, entonces, la sala de cine con altas expectativas, a juzgar por la masiva taquilla originada por el fino gusto del público colombiano.

Al comenzar a ver El Paseo 4 mi primera sensación fue de mareo y vómito, a raíz de la continua sobreexposición fotográfica y de los 270 gramos de azúcar que deglutí a través unas poderosas chocolatinas. El exceso de luz y el énfasis en la profundidad de los planos -solo confrontable con algunos frescos de Masaccio- son absolutamente enigmáticos. Mientras pasaban los minutos mi sensación pasó del mareo y el vómito a la estupefacción, en una experiencia sublime de reconocimiento de una estética única (Dago/Pinzón) que utiliza una mezcla entre: Buster Keaton, Les Luthiers, los hermanos Farelly, las dramáticas y cómicas propagandas del Canal Caracol, y unas trazas del glorioso Dago de comienzos de milenio.

Las escenas cómicas de un fracasado tío que vive en Miami (“Flaco” Solórzano) con un padre (Diego Vázquez) obsesionado con Sasaima (Cundinamarca) a manera de trastorno mental, ciudadanos americanos con poco carisma interactuando con colombianos que se saben inferiores, una surreal y brillante escena en la embajada americana en Colombia –la mejor escena de la película-, una casa de clase media americana que la hacen pasar como mansión, el magnífico hablado popular del sur de Bogotá de la hija (Manuela Valdez), la expresión facial del hijo (Víctor Tarazona), la producción que trata de impresionar al espectador con un carro de 20.000 dólares, unos extraños slow motion de 50/60 cuadros por segundo, forman un coctel sin precedentes que acontece durante el segundo acto de la película.

No obstante, gracias al aturdimiento logrado por la cantidad de azúcar que digerí, ya transcurrido un buen tiempo de la cinta, por fin logré descifrar que la película trata sobre las aventuras y desventuras de la familia Rubio Cucalón en su viaje a Miami, Florida.  La familia compuesta -sigue la lista- por el padre, que es una maestro de construcción (Diego Valdez) –interpretado brillantemente-, la madre (Aida Morales), una extremadamente hermosa hija (Manuela Valdez), un chocarrero hijo (Víctor Tarazona) y una abuela (María Margarita Giraldo), que tiene una sobresaliente presencia histriónica, comparable con la de Marlon Brando, o con la de su madre: la grandiosa Teresa Gutiérrez, viaja a la ciudad del sol mostrando las peripecias de una familia de clase baja bogotana en su paseo a Norteamérica. En cuanto al reparto no existe objeción alguna, los papeles se cumplen de manera excepcional.

Mi tercera sensación durante la proyección fue entonces de confusión, náuseas y diarrea –ya el azúcar había llegado al estómago-: la música extradiegética genera una contaminación continua en la historia y sin aparente relación con el drama de la historia que me resulta desconcertante; pero aplicaré el principio de caridad en la interpretación de la obra del director Juan Camilo Pinzón y sencillamente diré que no logro entender su propósito. Ahora, así se menosprecie la visión antropológica de los colombianos en la cinta –y en Dago en general- categorizándola como caricaturización, los colombianos son los que logran identificarse y verse a sí mismos o a sus familias en pantalla –es evidente porque los Colombianos tratan siempre de mostrar lo que no son, pero se identifican con lo que sí son y también probabilisticamente la identidad se refleja en el éxito de la taquilla-, por eso suspenderé el juicio para hacer cualquier descalificación temática de la película, y me centraré solo en aspectos formales del guión y de la dirección –si es que esta escisión (formal/no formal) tiene sentido, pero haré de cuenta que sí por hoy-.

El Paseo, con Antonio Sanint y Carolina Gómez, que es la película más absurda de la saga –y esta descripción no es necesariamente una descalificación, pero en este caso sí es-, y El Paseo 2, con un actor de primera categoría de Hollywood como John Leguízamo -que admiro profundamente-, logran la identificación de la clase media y de la clase media-alta colombiana en el contexto del paseo y sus previos. Estos filmes, con momentos valiosos y segmentos protervos, los comparé con El Paseo 4 mientras la veía y me pobló esta vez una sensación, la cuarta que sentí, de desesperación y de pánico inconsolable que no lograba resolver. Dago implementó un ritmo de montaje que es más experimental que cualquier obra de la nueva ola francesa y esto se sumó a mi incapacidad conceptual de entender lo que estaba sucediendo. La inconexión temática de las escenas generó una desconexión cognitiva de la trama con mi entendimiento y más bien me dediqué, como unidad de apercepción trascendental, a experienciar la película. Mi resumen es que no la entendí, pero sentí un confuso placer. La película tiene sus momentos.

Un reconocimiento especial a Diego Vázquez que está a la altura de los grandes de esta república bananera llamada Colombia: Enrique Carriazo, Waldo Urrego, Edgardo Román o Álvaro Rodríguez.

El Deux ex Machina usado como recurso narrativo al final de la cinta, por definición es abrupto y tampoco lo entendí. Finalmente, a pesar de los defectos, la película me gustó. Igual no es un gusto totalmente convencido.

Me cabe la pregunta: ¿Qué mierda pretendió el director con la película?

Extraño al viejo Dago, al que podía producir joyas audiovisuales que eran éxitos comerciales.

Nota: Con el mismo orden de la estructura con la que se desarrolla la película, determinada por la ininteligibilidad, es como se compone la estructura de esta reseña.