DestinosAndrés Quintero7LO MEJORSu lenguaje universal desde la autenticidad de lo localAngélica Blandón : lo mucho que transmite diciendo tan pocoEstética, profundidad y mucha personalidadLO MALOEl arranqueAlgunas flaquezas en la parte actoral2016-09-077Buena AÑO: 2016 DURACIÓN: 88 min GÉNERO: Drama PAÍS: Colombia DIRECTOR: Alexander Giraldo ESTRELLAS: Alejandro Aguilar, Angelica Blandon, Julio Pachón, Manuel Sarmiento, Jennifer Arenas Al final de la película, cuando los créditos se deslizan por la pantalla, se oye una canción que habla de esas historias – desconocidas, irrepetibles y únicas – que son nuestras vidas. La vida mía, la vida suya y también la de aquel otro que se nos sienta al lado en la cafetería o que está dos puestos más adelante, o dos más atrás, en la tediosa fila del banco. Destinos, del director caleño Alexander Giraldo, es el asomo a cinco de esas vidas. Vidas urbanas, deslucidas, reales, quizás opacas pero, cada una a su manera , intensamente vitales. Empleo la palabra asomo y debo corregirme. Más que asomo, Destino es una inmersión bien calculada en esas vidas. Inmersión porque lo suyo no es contar esas vidas mediante la ordenación de unas fichas dispersas sino abordarlas con la parcialidad y la profundidad suficientes para extraerles esos elementos que les son comunes: impotencia y resistencia, rendición y anónima grandeza. La de un hombre machacado por el tiempo en reclusión que recupera su libertad; la de una música adolorida y desarraigada que ha perdido su brújula existencial; la de un boxeador con la ilusión de descansar en otra esquina que no sea la del cuadrilátero; la de un albañil que a diario vive el contraste entre la burda materialidad de su oficio y lo gaseoso y frágil de sus sueños y la de un barrendero que quiso ser dibujante, o es dibujante, y al que lo jalona, con un ingenuo e impetuoso optimismo, el hijo que espera. Destinos es una película ascendente. Comienza con un planteamiento que no atrapa del todo y se alcanza a pensar en un trabajo inconexo de parches que seguramente acudirá al subterfugio fácil de los conectores que se irán presentando a medida que las historias avanzan. En otras palabras, la versión criolla y copista de Amores perros, el hoy ya clásico del afamado González Iñarritu. Pero la cosa felizmente cambia y Destinos va encontrando en un espiral de ascenso su camino con una personalidad de trazos muy bien definidos que retrata con mucha autenticidad personajes, ambientes y situaciones. Todo acompasado con la destreza de una cámara que hace unas tomas fantásticas para lograr así, sin maquillajes forzados, un sutil pero muy poderoso efecto de embellecimiento. A partir de cierto momento Destinos vence y sus limitaciones , en lo actoral y argumental, se ven ampliamente compensadas por una indefinible sensación de auténtica proximidad. No solo la proximidad urbana de una Bogotá en la que a diario burbujean millones de estas historias, sino por esa proximidad más honda de destinos entrecruzados que pudieran ser el nuestro y que alternan en su ordinariez aristas de esperanza y desolación. Confieso que por primera vez sentí vencida la inexpresividad de mi entorno inmediato, de mis calles, de mis muros, de las tiendas de mi ciudad. No tuvo la pantalla que transportarme a ningún lado para sacarme del mundo, dejándome a su lado. Eso fue, sencillamente, fantástico. Estimulante y muy positivo que nuestro cine siga explorando códigos distintos a los de la violencia, el narcotráfico y el humor chabacano. Destinos es una mirada local a nuestra gente, a nuestra idiosincrasia, a nuestra realidad pero sin la pobreza del retrato costumbrista y en cambio sí con la universalidad que asegura ir, más allá de lo circunstancial, al mutiforme espacio de la condición humana. Por su calidad Destinos merece ser vista y porque viéndola se apoya esta nueva y promisoria generación del cine colombiano.
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