De Dioses y Hombres
Autor8
H. Santana (Dirección Distinta Mirada)7
7.5Nota Final
Puntuación de los lectores: (1 Voto)
7.0
TÍTULO ORIGINAL: Des hommes et des dieuxOTROS TÍTULOS: Of Gods and Men

Estamos ante una conmovedora película cuyos lentes se posan (por la suavidad que este verbo evoca, difícil encontrar uno más adecuado para transmitir la idea) en la vida monástica de ocho religiosos católicos que conviven con sus vecinos musulmanes en una demostración cotidiana que la mayor fuerza que congrega y hermana a los hombres no es otra que su propia humanidad, iluminada y también tiznada,  de esperanzas, ilusiones, enfermedades y dolores.

Amenazados por los conflictos internos que los rodean,  los monjes se enfrentan al dilema existencial de proteger sus vidas abandonado su convento o de exponer sus vidas a todo tipo de riesgos permaneciendo en ese hogar entrañablemente unido al sentido mismo de sus vidas. La decisión no es fácil y sobre ella recae todo el eje argumental de la película. Permanecer o partir.  Salvarse para no morir o, quizás, morir para poder salvarse.

De hombres y dioses (por lo dicho permítaseme rebautizarla así) es la historia de una duda permanente planteada desde la perspectiva humana, la duda sobre la existencia de una causa, más allá de  la ética racional,  que le de sentido a la entrega, a la compasión y al sacrificio.A Cristian (Lambert Wilson), no obstante ser el líder del grupo, se le ve afligido por la duda. Se retira al silencio envolvente de la naturaleza para hallar las esquivas respuestas y siempre queda la percepción de que sus difíciles decisiones, al igual que las de su compañeros de grupo,  no son el objeto de una salvadora revelación sino la construcción, siempre endeble, de una muy humana reflexión.No por importancia, no por orden creativo, sino por una simple y arrasadora cuestión de proximidad, el film de Beauvois es un relato de hombres y para hombres, de un puñado – quizás mejor un ramillete –  de seres humanos que aún inmersos en su fe o quizás por estar en ella inmersos, saben que hay decisiones que revelan y ponen en evidencia, ante los inquebrantables silencios de dios,  nuestra soledad.
Como tantas veces sucede en el cine, en De hombres y dioses se falsean ciertos ambientes haciéndoseles ver con esa estética que solo les es posible a la cámara y a la ambientación postiza. Las escenas de los espacios de oración son tan provocativas que uno quisiera estar en medio de esos rituales en tan íntima comunión con el ansia humana de eternidad y trascendencia. Queda sin embargo la impresión de un montaje que se acerca a un ensamble coreográfico: los haces de luz que como tubos luminosos se cuelan por el entramado de las ventanas, los hábitos blanquísimos de los monjes imprimiéndoles un halo angelical, las voces unidas en un coro perfecto y unos cuerpos que se inclinan con tal sincronía que parecieran comandados por un infalible titiritero…. De seguro que así no son esos rituales de oración. Habrán de ser más opacos, menos lúcidos. Habrán de ser, por no ser vistos desde el ángulo tergiversador de la cámara, más humanos y por lo mismo más ordinarios. Al decir esto no descalifico ni estas ni otras muchas escenas que en De hombres y dioses le dan a la vida de estos ocho monjes un matiz idílico y heroico. A fin de cuentas de eso se trata – y tratará por siempre – el cine . De mostrar las cosas, incluidos hombres y dioses, como no pueden ser vistas por el ojo humano. Y, más allá de mostrarlas, de lo que se ocupa en últimas el cine es de elaborar unas sensaciones que no corresponden a nuestros sentimientos primarios pero que tienen la virtud, aquellas sensaciones, de embaucarlos a estos, nuestros sentimientos, al punto de hacernos creer, con distintos grados de perdurabilidad, que las cosas y especialmente nuestra forma de sentirlas pudieran ser como el cine nos las muestra.
Uno de los varios méritos de De hombres y dioses es ese tono honesto y envolvente que emplea para decirnos, con una deliberada lentitud, que creer es una posibilidad, creer en su más amplia acepción del término: creer en uno mismo, en los demás, en la posibilidad de convivir por encima de las diferencias y, porque no, en un hacedor como explicación última de este embrollo al que llamamos vida.
Vuelvo sobre el protagonismo humano de la película para decir que De hombres y dioses no es una proclama religiosa ni es, tampoco, una denuncia sobre las atrocidades del extremismo irracional. Es la visión íntima de un drama humano contada desde la lentitud misma de una vida monacal. Es también una muy bien lograda y respetuosa aproximación a un sistema de vida edificado sobre unos valores que hoy nos parecen sacados de un discurso emotivo pero distante. Como película De hombres y dioses logra una historia convincente jalonada por un soberbio  equipo de actores que se compenetran a tal punto con sus roles que parecen totalmente imbuidos en esa entrega y en esa humildad talladas en el encierro y la oración.
A la postre poco importa si una vida de recogimiento será como la película nos las pinta y poco también importa si en la vida real este sacrificio fue tan magnánimo y poético como se nos lo describe. Lo cierto es que De hombres y dioses nos presta, por cerca de dos horas, otros ojos que sobrepuestos a los nuestros nos permiten ver y sentir, desde otra orilla, que sin una causa que la trascienda, la vida no tiene sentido.

Nota final. El Lago de los Cisnes de Tchaikovski tiene una nutrida figuración cinematográfica. Para mencionar solo algunos casos en la memoria reciente están: Billy Elliot (Stephen Daldry – 2000), Scoop (Woody Allen – 2006) y Cisne Negro (Darren Aronofsky – 2011). En De hombres y dioses hay una escena donde al silencio de los monjes, emocionados ante un sencillo vaso de vino, lo sublima la música de Sigfrido y Odette. Véanla, óiganla y, sobre todo, disfrútenla.

  

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Dirección Distinta Mirada

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