Belfast
Andrés Quintero8
LO MEJOR
  • La fotografia de Haris Zambarloukos
  • Todas y cada una de las actuaciones.
  • Una dirección respetuosa, honesta y con una estética sobresaliente
LO MALO
  • En algunos tramos, irregularidad en el ritmo de la historia
8Muy buena

TÍTULO ORIGINAL: Belfast

AÑO: 2021

DURACIÓN: 1 hora 38 minutos

GÉNERO:  Drama

PAÍS: Reino Unido

DIRECTOR:  Kenneth Branagh

ESTRELLAS: Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lewis McAskie, Lara McDonnell, Gerard Horan, Turlough Convery, Sid Sagar, Josie Walker

Con apenas nueve años,  Kenneth Branagh dejó su natal Irlanda. Con sus padres y sus dos hermanos se mudaron a Inglaterra huyéndole a la violencia interreligiosa y social que azotaba al país, a Belfast y a la propia calle en la que Kenneth había empezado – a partir de preguntas sin respuesta, enamoramientos primerizos y sueños en borrador – a esbozar su proyecto de vida. Corría el año 1969.

Esa página de la vida de Branagh explica el homenaje que ahora, más de cincuenta años después, como director, le rinde a esa ciudad icónica de la que toma su sonoro nombre para su última  película: Belfast. Sin precisiones biográficas, Branagh es, en esta entrañable y bella Belfast,  el pequeño Buddy. Un chico normal que asiste a su colegio, juega con lo que puede en las calles, suspira por la bonita de la clase y, cuando sus papás lo invitan, siente tocar el cielo con las manos justo en el momento en el que en la sala de cine  las luces se apagan y un mundo se ilumina en la pantalla. Buddy y su familia todavía no han dejado Belfast a causa de la violencia circundante pero cada día, así lo teme Buddy, la partida se acerca.

Con un tono similar a la Roma de Alfonso Cuarón,  Belfast es un sentido tributo a todas esas personas que tuvieron que dejar, en contravía de sus deseos y arraigos, una ciudad llena de vivencias, amigos y sencillas felicidades. Una ciudad, Belfast, a la que le habrían apostado como escenario para demostrar que la convivencia supone la diferencia y la controversia. Pero el lenguaje de la violencia se impone y aplasta y obliga a empacar la maleta guardada. Belfast retrata ese éxodo callado y deja insinuada como una tenue estela, tan nostálgica como pesarosa, la posibilidad de un eventual regreso.  Pero la Belfast de Branagh es también un voz de reconocimiento para los que se quedaron y una oda para los que, en esa convulsión sin sentido, desaparecieron.

Todo lo anterior lo construye Branagh con un narrativa envolvente y convincente.  El blanquinegro de la película provoca, además de un efecto estético fantástico, una sensación que sitúa al espectador, sin regresiones forzadas, en el ocaso de los sesentas.  La fotografía de Haris Zambarloukos es magistral y la música de Vans Morrison logra un enganche afectivo y emotivo sin par. Si a ese triángulo – directoral, fotográfico y musical  – se le suma una reparto muy bien conectado con los personajes, estamos, a no dudarlo, ante una combinación que bordea la perfección.

Mención aparte merecen esas escenas, laboriosamente trabajadas, que muestran la vida ordinaria de esas familias que ven como la irracionalidad de la violencia se atraviesa en su cotidinianidad. Pese a ello, conservan ese impulso vital que los lleva, de cuando en vez, a bailar, a festejar, a brindar, a cocinar, buscando siempre, sino la felicidad,  cuando menos sí oxigenar las rutinas que tejen sus existencias.

Además de homenajear a los que partieron, a los que se quedaron y a lo que, contra toda idea de justicia, se fueron antes de tiempo, Belfast le rinde, a través de la pasión temprana de Buddy por el cine, un tributo a ese plan irremplazable y único de meterse en una sala oscura para abrirse, sin más atavío que el de la emoción,  a otras vidas y otras mundos, que sin ser los nuestros,  terminan ensanchándolos y confiriéndoles otros y más hondos sentidos.

No sé si a Belfast se la lleve pronto el implacable olvido. Eso viene pasando y seguro seguirá pasando con muchas películas que merecen reconocimiento, difusión y recordación. Vivimos – o no nos deja vivir – una cultura del pronto desgaste y el cambio sin recordación alguna. Sea como sea, con o sin premios de por medio, Belfast es un trabajo impecable, un producto bien construido con una estética sobresaliente y un mensaje discreto pero directo que equilibra bien razón y corazón.