Avatar
Autor9
H. Santana (Dirección Distinta Mirada)8
8.5Notable
Puntuación de los lectores: (1 Voto)
8.5

Más allá de que creamos o no, todos tenemos el derecho a imaginar como será aquel lugar que nos espera, o quizás no,  luego de nuestra estadía terrenal. Al divertimento que es este imaginar siempre concurren algunas imágenes que se han ido estacionando en algún lugar de nuestro ser. Habrá quienes lo imaginan, por obvias razones, etéreo y celestial. Otros lo pensarán sideral, incrustado quizás en un macro universo del cual este, el nuestro, es apenas un despreciable apartado.  Otros lo tendrán por microscópico, vecino de los iones y en el que a nuestra humanidad deshecha habrá de sustituirla el estado, feliz e hipnótico, de la energía permanente.

La imagen que nos hagamos de aquel otro posible lugar es, además, cambiante. Fue una la que tuvimos de niños y otra, de seguro amorfa y desdibujada, la que ya de adultos nos hacemos. Puede ser, vaya uno a saber,  que un día podamos decirnos qué distinto es de lo que nos imaginamos o, porque no, es idéntico a lo imaginado comprobando así que nos merecemos sólo que aquello que, creyéndolo, lo soñamos.

Digo lo anterior para decir ahora que mi otro lugar, aquel que quizás después de todo esto me acoja, habrá de parecerse – y mucho –  a la estrambótica y multicolor selva donde habitan, en la distante Pandora,  los Na´vi.  Es en este fascinante lugar donde se desarrolla la historia que narra Avatar, el último, costoso y colosal invento de James Cameron.

Jake Sully (Sam Worthington) es un marine discapacitado que se enrola en las filas del ejército americano con la misión de adentrarse en el pueblo Na´vi para  hacer posible el objetivo militar de apropiarse del valioso mineral que subyace en su territorio. Para hacerlo Jake se conecta a una máquina que a través de un complejo proceso de enajenación y transformación, el programa Avatar, lo convierte en una suerte de nativo adaptable a las condiciones de vida del pueblo Na´vi. Es allí donde accidentalmente conoce a la Na´vi  Neytiri (Zoe Saldana) quien, guiada por las señales del algún poder supremo, se da a la tarea de introducir al intruso a su deslumbrante mundo atiborrado de aves fantásticas,  de plantas fosforescentes y, especialmente, de una envolvente y sagrada comunicación con toda la naturaleza que lo nutre y rodea. A partir de ese deslumbrante contacto Jake comenzará una aventura que lo llevará de la traición a la fidelidad, del odio al más encumbrado amor.

No creo, como dicen algunos, que Avatar se haya insertado en la historia del cine como todo hito para  decir en adelante, de una película cualquiera,  si fue  antes o si  fue  después de los azulados personajes de Cameron. No sé  si en la próxima gala de Hollywood  Avatar se lleve varias estatuillas. Solo sé y eso me parece más que suficiente, que es una historia redonda, lograda de manera impecable y muy bien apoyada en la fascinación visual de la 3D. He leído a algunos que la desprecian por caer en lugares comunes: el discurso emocionado contra el potente invasor, la victoria del débil que vence por la fortaleza de sus convicciones, la historia de un amor que descorre los pesados velos de la ambición y a través del amado nos descubre la posibilidad de  un mundo mejor….Si son estos los lugares comunes, defendamos el caer repetidamente en ellos bajo la condición de hacerlo de una manera sugestiva y coherente como, a mi juicio, lo hace Avatar.

Durante más de dos horas el espectador viaja a un ignoto mundo en el que quisiera quedarse, por su arrebatadora belleza, por sus escenarios delirantes, por la vertiginosa fuerza que todo lo atraviesa. Creo que la magia de Pandora y su gente está en sentir que Pandora alguna vez ya  fue nuestra, que la perdimos y que es posible recuperarla o, para decirlo con mayor exactitud, que aún es posible que ella nos recupere siempre que abandonemos los atavíos que nos han desconectado de nuestra más profunda esencia.

Una película es buena cuando nos permite, como lo hace Avatar, como lo hizo al menos conmigo,  soñarnos de otra forma a partir de la historia que se nos relata. Podría referirme a la fotografía, al guión, a las actuaciones e, incluso, al costo de la producción. Pero puedo referirme también al majestuoso  “había una vez” de Avatar y quedarme, como el niño, con el solo cuento, con la convicción callada de que esas cosas en realidad nunca habrán a uno de  sucederle pero que esta vez y  por esa suerte de conjuro que a veces emerge de la pantalla, en mí  sucedieron.