AlfaAndrés Quintero7LO MEJORSu poderío visual La músicaEl tono reflexivo que se le da a la aventuraLO MALOQuizás que ni quede reflexión, ni, tampoco, diversión2018-09-057BuenaTÍTULO ORIGINAL: Alpha AÑO: 2018 DURACIÓN: 1h 36min GÉNERO: Aventuras PAÍS: Estados Unidos DIRECTOR: Albert Hughes ESTRELLAS: Kodi Smit-McPhee, Jóhannes Haukur Jóhannesson, Leonor Varela, Natassia Malthe Al igual que para muchas otras cosas, una buena disposición es fundamental para disfrutar una película. Basta una vaga idea de lo que veremos para graduar antenas, calibrar voltímetros anímicos y elegir – o desechar – filtros analíticos. Si por las pistas de un cartel promocional, por una nota leída en la barahúnda informática o por el corto visto en la sala, uno sabe más o menos a qué tipo de película se está metiendo, pues lo mejor es situarse, sea la que fuere, a la altura de lo que se va a ver y desde esa cómoda o exigente perspectiva, aprestarse a vivir, cualquiera que ella sea, la experiencia cinematográfica. No se me malinterprete. No estoy diciendo que en materia de cine calidad y disfrute son conceptos relativos porque a la postre todo lo salva – o todo lo hunde – la disposición del espectador. En el inmenso caleidoscopio cinematográfico hay bodrios a los que no los rescata ni las más condescendiente de las actitudes y hay joyas cuyo resplandor lejos de requerir miradas dispuestas y benevolentes, fascina sin pedir permiso a quien las mira. Pero entre tan distantes y reconocibles opuestos hay un mundo abigarrado y variopinto de películas a las que sí las ayuda mucho la actitud con la que se las vea. Fui a ver Alfa con la plena conciencia de que se trataba de una aventura de sobrevivencia en la que, 20.000 años ha, un joven y un lobo se enfrentan a los embates de un mundo tan hostil como fascinante. Las fotos y un inocultable halo dejaban entrever que sería la solidaridad entre humano y bestia la que les permitiría sortear toda suerte de obstáculos, el primero de ellos, su mutuo recelo. Sabía, casi con total certeza, que esa sería la masa con la que se prepararía la torta y entré a la sala con mi mejor disposición para comerme mi ración sin dejar siquiera una borona. La experiencia fue más allá de lo esperado y no tanto por mi buen ánimo, que lo tuve a no dudarlo, sino porque la película sobrepasó la expectativa que yo tenía de ella. Se trata de una aventura sin mayores vericuetos y ciertamente predecible pero aquilatada por un poderío visual que bordea lo sobrecogedor. Separados accidentalmente de sus clanes familiares, joven y lobo emprenden un viaje que tiene, pese a la magnificencia de los lugares que recorren, mucho de introspección, reconocimiento y aceptación del otro. En su solitario recorrido los viajeros abren a cada paso una ventana hacia un mundo tan estremecedor como indómito en el que la grandeza del universo parece presagiar nuestra fatídica tendencia a destruirlo todo. El espectáculo visual es todavía más estremecedor en IMAX 3D y frente a una pantalla inmensa. Una acertada musicalización catapulta la experiencia visual y termina siendo todo un deleite acompañar a este singular dueto por parajes de una sobrecogedora belleza. Ver Alfa en la pantalla del computador o en la tele, por grande que esta sea, sería un verdadero desperdicio. Viendo Alfa en la gran pantalla uno se siente como en una de esas visitas colegiales al planetario. Pero no es solo la innegable fuerza de la imagen la que le permite a Alfa diferenciarse de sus congéneres. Hay algo en la historia, sutil y discreto, que hace que la fuerza gravitacional de la travesía de estos dos no descanse, habiéndola sin duda, en la aventura vertiginosa, sino en esa tensión que nos une, conflictiva y armónicamente, con el resto del planeta y, más allá, con el universo que lo aposenta. Desafortunadamente la versión que vi venía doblada al español. Originalmente y siendo por obvias razones una película en la que predominan imágenes, ruidos y silencios, sus pocos parlamentos se hicieron en un ininteligible dialecto «traducido» en subtítulos al inglés. Recomendable verla en ese dialecto y subtitulada para no tener que sobreponerse al chirriante español en boca de tan antiquísimos hermanos. Y vuelvo, ya para cerrar, al tema de lo mucho que ayuda deponer prevenciones y prejuicios cuando se va al cine. De alguna manera, imperfecta pero válida, volver a ser aquel que alguna vez se fue y que tantas veces entró a la sala de cine sin tener la más mínima idea de lo que vería. Preferencias sí, las que se quiera; amores también, sin miramientos y hasta apasionamientos extremos siempre que ni encierren, ni lleguen a enceguecer. Confieso que muchas veces, las más de las veces, recorro la cartelera con cierto desdén; descarto de entrada todo aquello que no tenga un ambiguo – y no pocas veces comercial y amañado – sello de calidad, creyendo que con esa actitud filtro inteligentemente la oferta, quedándome solo con lo bueno. Así fue como inicialmente deseché Alfa, película del montón me dije, apta para plan dominguero de familia y yo a estas alturas no estoy para eso, pensé. Craso error, primero porque tengo familia y porque me gustan los planes domingueros con ella y segundo porque en materia cinéfila mi única altura es la que me da ese cine capaz de atraparme y transportarme. Lo demás es cuento. Sin duda la cartelera se ensancha cuando abandonamos tanto código mal aprendido y se enriquece la simbiosis entre cine y realidad cuando aceptamos que no hay verdades esculpidas en piedra, ni calidades abstractas sobrevolando el gusto de los espectadores. Más allá de disertaciones, lo que hay son pantallas por las que desfilan mundos y butacas en las que se sientan espectadores esperando algo o esperando nada. Ambas cosas se valen. La experiencia de ver una película es siempre tan prosaica como casi santa. El cine no es un caja de odiosos y excluyentes compartimentos. Es, más bien, un juego laberíntico que conduce a salidas, pero que también engaña con extravíos o con circunloquios que no conducen a nada. Sus corredores, curvas, paredes, rincones y esquinas pueden ser tan espaciosos como estrechos y pueden, con igual contundencia, embelesar, maltratar o ni siquiera inquietar. No se justificaz, creo yo, usar refinadas pinzas de disección al momento de escoger películas, No se trata tampoco de elegir como quien lanza el dardo al blanco con los ojos vendados. Todos vamos puliendo nuestros motores de búsqueda. Eso, además de inevitable, da sus resultados, Pero que esas rutas de escogencia no nos impidan arriesgarnos a ver ese otro cine, el que con algún apresuramiento y un mucho de envanecimiento , hemos dejado de lado. Más allá de vaticinios o juicios de calidad, alguna de estas películas puede llegar a tocarnos y cautivarnos y eso, a fin de cuentas, en lo que realmente importa. Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Recibir un correo electrónico con los siguientes comentarios a esta entrada. Recibir un correo electrónico con cada nueva entrada.