Lunana: A Yak in the Classroom
Andrés Quintero7.5
LO MEJOR
  • Su refrescante sencillez
  • Historia, paisajes y reparto que envuelven y emocionan
  • Una de esas, cada vez más escasas, películas con buen corazón
7.5Buena

TÍTULO ORIGINAL: Lunana: A Yak in the Classroom 

AÑO: 2019

DURACIÓN: 1 hora 50 minutos

GÉNERO:  Drama

PAÍS: Bután

DIRECTOR:  Pawo Choyning Dorji

ESTRELLAS: Sherab Dorji, Pem Zam, Gurung Ugyen, Tshering Dorji, Kelden Lhamo, Norbu Lhendup, Sonam Tashi Choden

Lunana es una película sin giros inesperados, sin sobresaltos que sorprendan al espectador. Es, por el contrario, una película que desde el comienzo deja entrever su sereno propósito de reivindicar lo modesto sin apelar a grandilocuencias o a dramas desgarradores. Todo en el marco de unos paisajes imponentes que contrastan con la humildad de sus moradores y con esa presencia que el cine le confiere a los objetos más sencillos que al ojo normal suelen pasar desapercibidos.

Ugyen (Sherab Dorj) es un profesor joven que, al igual que muchos de sus contemporáneos, está convencido de que las oportunidades y el mejor futuro siempre están por fuera del país en el que nacen. En su caso ese sueño se llama Australia donde podrá, en lugar de pizarras y lecciones, acercar su boca a un micrófono para que su voz sea aplaudida por auditorios emocionados.

 

Antes de consumar su anhelo los jefes  de Ugyen le exigen que se encargue de una lejana escuela – la más remota del mundo dice la sinopsis de la película – como reprimenda por su indisciplina como profesor. Es así como Ugyen emprende el camino hacia Lunana. Parte con el deseo de volver tan pronto le sea posible porque su proyecto de felicidad está, muchos mares de por medio, en Sidney y no en esas montañas escarpadas que parecen rasguñar con su picos nevados un limpio cielo azul. Pero el camino, la naturaleza sobrecogedora y, especialmente, el puñado de niños que esperan entusiasmados a su nuevo profesor, cambiarán, tan discreta como radicalmente,  su actitud e incluso su visión de la vida.

Lunana es una travesía que el espectador sentirá como un cálida frazada, indispensable y grata para recorrer con su protagonista esos parajes llenos de una sencillez espiritual que dulcifica lo que con otra visión serían las asperezas de una vida lejana, austera y precaria.  Budismo callado como una opción de vida.

 

La ópera prima del director Pawo Choyning Dorji logra, de principio a fin, una cadencia envolvente. Los paisajes que enmarcan los pocos  y sencillos diálogos los disparan hacia el cielo dotándolos de una discreta pero muy elocuente trascendencia. La cámara se deleita y deleita con todo cuanto se le atraviesa con un preciosismo sincero, desprovisto de lucimientos.

Todo el reparto está en lo suyo. Los pocos habitantes de lugar y los alumnos de Ugyen están inmersos en esas vidas rurales donde las cosas  suceden a otro ritmo y donde la importancia se centra en cosas mínimas y en ritos elementales. Ugyen terminará  preguntándose que tanto su proyecto de felicidad es una imposición de una cultura de consumo globalizada. Quizás quepa la opción de apostarle a algo distinto pero más allá de lo que él decida, Lunana ya será por siempre un referente de vida, una posibilidad idílica de felicidad.

Lo que menos importa en Lunana, lo que nada importa en Lunana, es si lo contado es una versión almibarada y falseada de lo que en realidad es una vida, la de un pobre caserío perdido en la nada, que poco o nada tiene con la emoción, la esperanza y la belleza que la película transmite. De eso no se trata. El cine, todo el cine, hasta el documental, no es más que una mirada, una extracción parcial de la realidad que la transmuta en una nueva realidad, en una mentira verdadera que debe ser, antes que analizada, contemplada y degustada para luego dejarla que lenta e imperceptiblemente vaya dejando su huella.

Seguramente ser profesor en Lunana debe ser una experiencia ardua con una que otra satisfacción pero con muchas dificultades, limitaciones y decepciones.  Lo que hace la película de Choyning Dorji es servirse de una idea, de unos paisajes estremecedores, de unos personajes auténticos y llevarlos a un crisol para que, antes de alcanzar su punto de fusión, expresen en la pantalla esa dimensión y ese sentido que construyen su propia realidad. Es este proceso el que nos hace sentir por un momento, viendo Lunana, que quizás alguna escuela remota – o lo que en nuestras vidas a ella equivalga – siempre estará esperándonos.