Locas de alegríaAndrés Quintero 7LO MEJORMicaela Ramazzotti y Valeria Bruni. En ese ordenA pesar de la comedia infiltrada, el drama que se imponeLO MALO Por volcarse sobre las protagonistas, las irregularidades de su guiónSin demeritar su talento, el histrionismo de la Bruni2017-05-177BuenaTÍTULO ORIGINAL: La pazza gioia OTROS TÍTULOS: Loca alegría / Like Crazy AÑO: 2016 DURACIÓN: 1h 58min GÉNERO: Drama / Comedia PAÍS: Italia DIRECTOR: Paolo Virzi ESTRELLAS: Valeria Bruni Tedeschi, Micaela Ramazzotti, Anna Galiena, Valentina Carnelutti En el cine, como en muchas otras cosas de la vida, las últimas impresiones no solo son las que más perduran sino que son también las que suelen tenerse como la esencia o la característica principal de aquello que las produjo. Es el caso de Locas de alegría, la última película del director italiano Paolo Virzi de la que uno sale con la grata sensación que dejan sus últimos quince o veinte minutos de proyección. Beatrice (Valeria Bruni) y Donatella (Micaela Ramazzotti) son dos muy disimiles internas del psiquiátrico Villabondi ubicado en las proximidades de la bella Toscana italiana. La primera – exuberante, exagerada y extrema – es una aristócrata en declive que afirma conocer todas las élites de la sociedad y el poder, a las que, según ella, pronto ha de volver. La segunda – taciturna, misteriosa e introvertida – es una mujer devastada por una culpa que la clava, como a la mariposa disecada, en un turbio pasado. Desafinan, por finas, estas dos mujeres en un grupo opaco de mujeres con trastornos mentales a tal punto que no resulta muy creíble su presencia entre ellas. La hubiere validado y de seguro realzado si Locas de alegría se hubiere ido sin vacilaciones por la ruta de la comedia pero habiéndolo hecho a medias estas dos mujeres resultan una suerte de injerto forzado, de maniquíes estilizados en una venta de ropa usada. Beatrice y Danatella terminan conformando una inusual y llamativa pareja que se enfrenta a las reglas de la institución y que hará lo posible, la una, por aspirar una bocanada de libertad y beber largos sorbos de champan y, la otra, por siquiera acariciar la posibilidad de explicarle a ese alguien tan querido el porqué de sus inexplicables actos. En su primer tramo Locas de alegría es, en esencia, la desbordante actuación de la Bruni. Todo converge hacia ella, no tanto por el magnetismo de su personaje, como por la desmesura del mismo: coloridas sombrillas de verano, insinuantes vestidos, encendidos de cigarrillo y un parloteo francamente excesivo, obligan a que focos, miradas y atenciones la persigan todo el tiempo. Con una enorme destreza actoral la Bruni soporta todo ese peso pero el personaje termina siendo farragoso y hostigante. Ni es una buena caricatura de comedia, ni es tampoco el buen trazado de un personaje dramático. Pasa todo lo contrario con Danatella que va trepando por las paredes de su aislamiento hasta alcanzar un atractivo y sombrío brillo. Me hizo recordar el personaje de Gaelle (Marina Hands) la joven adicta de la película canadiense, ganadora en el año 2003 a la mejor película de habla no inglesa, Las invasiones bárbaras. Marginalidad tan atrayente como perturbadora. Locas de alegría es, con todo lo que eso pone y con todo lo que eso quita, una película de actuaciones. Tanto se recuesta Virzi en sus dos estrellas y tanto le dan ellas para hacerlo, que la historia zigzaguea más de la cuenta y pierde personalidad. La que le sobra a sus protagonistas le termina faltando a una historia que está más para el lucimiento de aquellas que para la definición de su propio curso y estructura. Consciente de eso, Virzi la juega astutamente. Preserva el indudable gancho de dos actuaciones poderosas y en los últimos kilómetros de carrera hace que el drama, latente durante toda la película, hunda del todo los visos de comedia que se habían insinuado al comienzo. Así es. Locas de alegría es sobretodo un drama con apenas unos pincelazos de humor que le dan licencia a ciertas ligerezas del guión y que le permiten a la Bruni explayarse sin la más mínima moderación y sin el menor rastro de rubor. Es este último giro el que le cambia el tono a la película y hace que todo converja en un terreno más sensible y profundo en el que Beatrice muestra su otra cara, la de la amiga solidaria y lo propio hace Donatella mostrándose como un ser aún movido por la esperanza del perdón. Es esta última sensación con la que se sale de la sala y es la que le confiere peso a la película impidiéndole que que se quede con el rótulo de ser apenas una colorida pero desabrida comedia italiana. Entre las pretensiones de Locas de alegría no está, como si lo estuviera y con maestría en Atrapados sin salida, la denuncia hacia un sistema de salud mental que prefiere esconder y extirpar antes que promover y formar. Lo de Virzi es, con apenas los trastornos mentales como telón de fondo, un asomo a un drama de culpas y solidaridad en el que la risa, el perdón y el tomarse las cosas un poco más a la ligera, son más efectivos que un electroshock en las sienes. Termino por donde empecé. Salí de Locas de alegría con el buen sabor que deja ese último tramo en el que se entiende la sensatez de la insania de Donatella y en el que el drama, desdibujando los estrépitos de la comedia, se queda solo con sus puntadas de simpleza y felicidad.
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