Licorice Pizza
Andrés Quintero8
LO MEJOR
  • Sus dos protagonistas. Viéndolos parece fácil eso de actuar.
  • Por ser un anti guion, su guion
  • Poner por encima del entender, el sentir
LO MALO
  • Unos personajes secundarios cuyas historias alargan la película sin aportarle mayor cosa.
8Buena

TÍTULO ORIGINAL: Licorice Pizza 

AÑO: 2021

DURACIÓN: 2 hora2 13 minutos

GÉNERO:  Comedia, Drama

PAÍS: Estados Unidos

DIRECTOR:  Paul Thomas Anderson

ESTRELLAS: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits, Ben Safdie

Corría el año 1973. Sobre las barras de las heladerías, las pantallas de los televisores mostraban a un Richard Nixon sonriente. No podía saber en ese momento que apenas un año más tarde se convertiría en el primer – y hasta ahora único – presidente norteamericano en dimitir de su cargo. Los noticieros también cubrían la que entonces parecía una guerra eterna,  la guerra de Vietnam. Con este telón de fondo, en el Valle de San Fernando, California, Alana Kane (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman) se topan en la vida. Encuentro dispar y aparatoso que anuncia todo menos un romance entre sus protagonistas. Él, dieciocho años, ella, veinticinco; él, tosco y desaliñado, ella, atractiva, impetuosa y altiva; él, empresario nato y optimista irredimible, ella, desconfiada pero, a la vez, deseosa de vivir la vida.

Con estos dos personajes Licorice Pizza propone, no una historia de amor, sino un caleidoscopio desordenado y tumultuoso en el que Alana y Gary van y vienen, rodeados de toda suerte de personajes secundarios cuyos sub tramas no terminan en nada y que parecen ser, al final, no más que piezas sobrantes de un rompecabezas imposible de armar.  Una relación atípica y disparatada, atravesada de principio a fin por una cultura, la de los años setentas, que entremezcló la sicodelia colorida, heredada de los años sesentas, con el consumo avasallador impuesto por una década que endiosó el confort y la belleza.

Es con este planteamiento básico que la película de Paul Thomas Anderson  opta, no por el relato o el cuento de una historia, sino por la trasmisión, intencionalmente anárquica, de un tumulto, tan desordenado como encantador, de sensaciones y percepciones alrededor de unos personajes incompatibles e imposibles, usados como lentes de aumento para asomarse a un momento de la historia, no con ánimo documental o narrativo, sino, simple y puramente, para intentar extraer y transmitir parte de su química, de su deliciosa y confusa efervescencia.

Y aunque disten mucho, a mi juicio felizmente,  de ser una versión modernizada, una más, de Romeo y Julieta, a la pareja protagonista, Thomas Anderson – y también al público enamoradizo – Anderson termina reservándoles ese buen sabor que siempre deja en la boca y en  la retina el amor que a todo, inclusive a sí mismo, se sobrepone. Que aparentemente no sean el uno para el otro, no impide que en un momento de extasis corran, buscándose, para terminar enlazados en un idílico abrazo.

Los trabajos actorales de Alana Haim y de Cooper Hoffman son tan buenos que no parecen trabajos actorales. Parecen más bien divertimentos de ambos y hacen evidente, en el caso de Alana, una desenvoltura debida, en muy importante medida, a su trayectoria musical en el grupo Haim que conforman desde hace ya varios años, ella y sus dos hermanas, Este y Danielle. En el caso de Cooper, el talento parece venir, si heredable fuera, de su padre el gran y recordado actor Philip Seymour Hoffman. Ojalá Cooper logre, con sus propios pasos, armar camino y darle sentido a la partida trágica del gran intérprete de Truman Capote.

A los espectadores que anda buscando historias y personajes  lineales, completos y comprensibles,  Licorecie Pizza les parecerá , cuando más, un ejercicio anárquico que se queda a mitad de camino y cuyas huecos narrativos  no es posible llenarlos con sensibilidades estéticas o con supuestas  capas de emoción sensorial.  Para esos otros espectadores, entre lo que me anoto,  que no siempre buscan canales de comprensión racional y que están dispuestos a transitar otros caminos de compenetración sensorial con lo que le ofrece la pantalla , la película  de Anderson les resultará todo un festín y, como todo buen festín,  les dejará una huella de incomprensible placer.

En Licorice Pizza pronto entendí – y así terminé disfrutándola y valorándola – que estaba, si las comparaciones ayudan, no ante una página literaria bien escrita, sino ante una pintura plena de buenas sensaciones.